Noia adolescent, estirada sobre les rajoles del terrat d’un edifici del carrer de Sant Pere més Alt de Barcelona, negant-se a mirar el cel (2015).
19_TRANCE/INDUCCIÓN/POSESIÓN (1)
(Keith Johnstone. IMPRO - Improvisación y el teatro. Traducción IMPRO. Editorial Cuatro Vientos. Santiago de Chile, 1990. Pàgs. 143-149.)


[TRANCE]

Muchos actores relatan episodios de estados de conciencia «escindidos» o amnesia; cuentan que su cuerpo actúa automáticamente o como si estuviera habitado por el personaje que están representando.

Fanny Kemble: «Para mí, lo curioso de actuar es el tipo de proceso doble que efectúa la mente en forma simultánea, la operación combinada de nuestras facultades, por así decir, en direcciones diametralmente opuestas; por ejemplo, precisamente en la última escena de la Sra. Beverley, mientras yo estaba casi muerta llorando en medio de una pena verdadera, creada por una causa completamente irreal, me percaté que mis lágrimas estaban cayendo como lluvia sobre mi vestido de seda y arruinándolo; y calculé y medí de manera muy precisa el espacio que mi padre necesitaría para caer, y desplacé mi cuerpo y la cola de mi traje en forma acorde en medio de la angustia que tenía que fingir, y efectivamente pude continuar» (William Archer, Masks and Faces [Máscaras y Rostros], 1888)

Sybil Thorndike: «Cuando uno es actor, deja de ser hombre o mujer: es una persona, y es una persona con todas las demás personas que hay dentro de uno. (Great Acting [Actuación Grandiosa], BBC Publications, 1967)

Edith Evans: «...Al parecer, tengo muchas personas dentro de mí. ¿Sabes a lo que me refiero? Si las entiendo, me siento terriblemente parecida a ellas cuando las estoy haciendo... pensando, uno se convierte en la persona, si uno piensa con suficiente intensidad. A veces es bastante raro, tú sabes. Eres eso, durante un buen tiempo, y luego no lo eres...». (Great Acting)

En otro tipo de cultura, pienso que es claro que tales actores podrían fácilmente hablar de estar «poseídos» por el personaje. Es cierto que algunos actores sostendrán que siempre siguen siendo «ellos mismos» cuando están actuando, ¿pero cómo lo saben? Los improvisadores que afirman que están en un estado normal de conciencia cuando improvisan, a menudo tienen vacíos de memoria insospechados que sólo surgen cuando uno los interroga detenidamente.

Es igual con los actores de Máscaras. Recuerdo que Roddy Maude Roxby, llevando puesta una Máscara, se enfureció durante un espectáculo en la Expo 67. El, o «eso», empezó a lanzar sillas por todas partes, de modo que subí al escenario para detener la escena. «Ya se me pasará», dijo la Máscara, haciéndome a un lado. Después, Roddy recordaba las sillas, però no que yo había entrado a la escena e intentado detenerlo. Si hubiera estado en un trance más profundo, habría olvidado todo. Se puede detectar el mismo tipo de amnesia en cualquier trabajo espontáneo. Un improvisador escribe: «... Si una escena anda mal, la recuerdo. Pero si anda bien, la olvido rápidamente». Lo mismo ocurre con los orgasmos.

Habitualmente sólo sabemos de nuestros estados de trance por los saltos en el tiempo. Cuando un improvisador siente que han transcurrido dos horas en un lapso de veinte minutos, tenemos derecho a preguntar dónde estuvo durante esa hora y cuarenta minutos que faltan.

Muchas personas piensan que estar despierto es lo mismo que estar consciente, però se pueden encontrar profundamente hipnotizadas mientras creen que están en una «conciencia cotidiana». Un alumno me aseguró que había pasado dos horas engañando a un hipnotizador en el escenario, lo que es improbable. Luego dijo que lo gracioso del asunto es que él había sido escogido para decirle al público que en realidad sólo había estado fingiendo y que no le había importado cuando reían, ¡porque – por coincidencia – resultó ser cierto!

Conocí al ayudante de un hipnotizador que solían dejarlo en las vitrinas para publicitar el espectáculo.

«Desde luego que no me hipnotiza realmente», dijo él.

«¿No?».

«No, él me clavaba agujas y me dolía, de modo que finalmente le dije y ahora ya no lo hace».

«¿Pero por qué aceptas quedarte sentado inmóvil en las vitrinas todo el día?».

«Bueno, es que él me agrada».

No puedo imaginar que alguien, en un estado normal de conciencia, se siente inmóvil en una vitrina día tras día y actúe en el espectáculo de la tarde. ¿En qué medida, entonces, podemos confiar en lo que una persona nos dice acerca de su estado mental?

No creemos que entramos y salimos de trances, porque se nos enseña a no hacerlo. Es imposible tener «el control» todo el tiempo, pero nos convencemos de ello. Otras personas nos ayudan a dejar de ir a la deriva. Reirán si no parecemos estar inmediatamente en posesión de nosotros mismos, y nosotros también, para expresar que reconocemos lo inapropiado de nuestra conducta.

En la «conciencia normal», me doy cuenta de mí mismo cuando «pienso verbalmente». En los deportes que no dejan tiempo para la verbalización, son corrientes los estados de trance. Si pensamos: «La pelota llegará en ese ángulo, però está girando, de modo que anticiparé la dirección del rebote mediante...», ¡entonces erramos el tiro! No sabemos que estamos en un estado de trance, porque cada vez que lo comprobamos, ahí estamos, jugando ping-pong, pero puede que hayamos estado en un trance tan profundo como el tripulante del trineo que no se dio cuenta que había perdido un pulgar hasta que estrechó la mano de alguien.

La mayoría de la gente sólo reconoce el «trance» cuando el sujeto parece confundido – fuera de contacto con la realidad que lo rodea. Incluso pensamos que la hipnosis es «dormir». En muchos estados de trance, las personas están más en contacto, más alerta. Recuerdo un experimento donde a los sujetos de trance profundo primero se les preguntó cuántos objetos habían visto en la sala de espera. Cuando se les puso en trance y se les volvió a hacer la misma pregunta, se descubrió que de hecho habían observado un número de objetos más de diez veces mayor que el que recordaban conscientemente. Los Maestros Zen y los hechiceros son notoriamente difíciles de sorprender. En el trabajo de Máscaras, la gente relata que las percepciones son más intensas y que, a pesar de que ven en forma diferente, ven y sienten más.

Yo considero que la «personalidad» es como un departamento de relaciones públicas para la mente real, que continúa siendo desconocida. Mi personalidad parece estar siempre funcionando, en cierta medida, en términos de lo que los demás piensan. Si estoy solo en una habitación y alguien golpea a la puerta, entonces «vuelvo a mí mismo». Hago esto para comprobar que mi imagen social sea presentable: ¿tengo cerrado el marrueco? ¿Está adecuadamente arreglada mi cara social? Si alguien entra y yo decido que no tengo que cuidarme, entonces puedo «perderme en la conversación». La conciencia normal se relaciona con las transacciones, reales o imaginarias, con otra gente. Así es como lo vivencio, y conozco relatos muy divulgados de personas en aislamiento, o totalmente rechazadas por otra gente, que experimentan una «desintegración» de la personalidad».

La personalidad siempre se encuentra presente cuando estamos preocupados acerca de lo que los demás podrían pensar. En situaciones de vida o muerte, se posesiona otra cosa. Un amigo se quemó con agua caliente y de inmediato su mente se dividió en dos partes: una era un niño que gritaba de dolor, mientras la otra se mantenía fría y desapegada y le decía exactamente qué hacer (estaba solo en ese momento). Si en medio de una clase de actuación cayera una cobra desde el respiradero, los alumnos podrían verse arriba del piano o en la puerta de salida, sin recordar cómo llegaron a ahí. En los casos extremos, el cuerpo se encarga de las cosas por nosotros, haciendo a un lado a la personalidad como un estorbo innecesario.

[INDUCCIÓN]

¿Cómo caemos en estados de trance? Preferiría preguntar: «Cómo nos mantenemos alejados de ellos?» Me despierto en medio de la noche, ¿cómo sé que estoy despierto? Hago una prueba de conciencia moviendo un músculo. Si bloqueo este impulso de moverme, siento una tremenda ansiedad. El control que ejerzo sobre la musculatura me asegura que «yo soy yo». Tensando los músculos, cambiando de posición, rascándonos, suspirando, bostezando, parpadeando, etc, mantenemos la «conciencia normal». Los sujetos en trance se quedan sentados inmóviles durante horas. Un público «agarrado» por una representación teatral, de pronto siente la necesidad de moverse, cambiar de posición, toser, cuando se rompe el hechizo.

Si nos tendemos y relajamos el cuerpo, recorriéndolo de pies a cabeza y soltando cualquier punto de tensión que encontremos, entonces fácilmente nos vamos flotando hacia la fantasía. La sustancia y la forma de nuestro cuerpo parecen cambiar. Sentimos como si el aire nos estuviera respirando, en lugar de nosotros estar respirándolo, y el ritmo es lento y suave como una gran marea. Es muy fácil dejarse llevar, però si sentimos la presencia de una persona hostil en la habitación, rompemos este trance, haciéndonos cargo de la musculatura y convirtiéndonos en «nosotros mismos» una vez más.

Los meditadores utilizan la quietud como un medio para inducir el trance. Lo mismo hacen los hipnotizadores actuales. No es necesario decirle al sujeto que se quede quieto, sabe intuitivamente que no debe ejercer control sobre su cuerpo, ya sea rascándose la nariz o golpeando los pies contra el suelo.

Cuando estamos «absorbidos» ya no controlamos la musculatura. Podemos manejar durante kilómetros o tocar un movimiento de una sonata, mientras nuestra personalidad no presta ninguna atención. Y nuestra ejecución no es necesariamente peor. Cuando un hipnotizador se hace cargo de la función normalmente ejercida por la personalidad, no hay necesidad de abandonar el trance. Los profesores de Máscaras, los sacerdotes en cultos de posesión y los hipnotizadores, todos representan un status alto con la voz y el movimiento. Una persona de status alto a quien aceptamos como dominante, puede propulsarnos fácilmente a estados inusuales del ser. Es probable que respondamos a sus sugerencias y veamos, como Polonio, aquella nube que parece una ballena. Si la reina inesperadamente golpeara a nuestra puerta y dijera: «Me pregunto si sería posible usar su toilet», entonces probablemente estaríamos en un estado de hecho muy inusual.

Eysenck relata la historia aparentemente improbable de un hipnotizador que trabajó durante trescientas horas en un sujeto sin ningún resultado evidente. Cuando el frustrado hipnotizador finalmente refunfuñó: «Duérmete, ****!», el sujeto cayó de inmediato en un trance profundo. Yo interpretaría tal incidente como que el sujeto cedió al ataque de status del hipnotizador.

En una ocasión le pedí a una muchacha que cerrara los ojos mientras yo colocaba una moneda debajo de una de tres tazas. Sin decir nada, puse una moneda debajo de cada taza. Cuando le pedí que adivinara bajo cuál taza estaba la moneda, obviamente, su respuesta fue correcta. Luego de haber hecho una elección correcta alrededor de seis veces, se convenció de que yo, de alguna manera, estaba controlando sus pensamientos y cayó en un estado más bien disociado, de modo que le expliqué y ella «se salió de él bruscamente». Sugeriría esto como un posible medio para inducir hipnosis. Alan Mitchell describe una técnica de «confusión» utilizada por el hipnoterapeuta estadounidense Erickson. El escribe:

«Erickson le hizo una serie de sugerencias conflictivas a un paciente: «Levante el brazo izquierdo, ahora el derecho. Arriba el izquierdo, abajo el derecho. Extienda el brazo izquierdo y luego el brazo izquierdo...» Finalmente, el sujeto se confundió tanto con estas instrucciones que eran difusas y conflictivas, que se alegraba de poder aferrarse a cualquier indicación, siempre que se la dieran con suficiente firmeza y en voz alta. Luego, mientras estaba tan confundido, si se le decía: «Duérmase», aparentemente caía de inmediato en un sueño profundo». (Harley Street Hypnotist [El Hipnotizador de la Calle Harley], Harrap, 1959).

Nuevamente vemos que al sujeto se le hace sentir que su cuerpo está fuera de control, y que se somete a una persona de status alto. Algunos hiptonizadores nos hacen sentarnos, nos piden que los miremos hacia arriba fijamente a los ojos y sugieren que nuestros párpados desean cerrarse – cosa que funciona, porque mirar hacia arriba es agotador y porque mirar hacia arriba fijamente a los ojos de una persona de status alto, lo hace sentirse a uno inferior. Otro método consiste en hacer que mantengamos extendido un brazo a un costado mientras nos sugieren que se está poniendo más pesado. Si pensamos que el responsable de la pesadez es el hipnotizador en lugar de la gravedad, entonces es probable que aceptemos su control. Los hipnotizadores no nos piden – como a veces se dice – que juntemos las manos, ni nos dicen después que no las podemos separar, però sí nos piden que las entrelacemos de una forma tal que resulta difícil separarlas. Si creemos que el hipnotizador es el responsable de esta torpeza, entonces tal vez no intentemos separarlas. Si nos apretamos el índice con fuerza y luego esperamos, sentiremos que empieza a hincharse – imagino que esto es una ilusión ocasionada por el debilitamiento de los músculos de la mano que está comprimiendo. Esto también puede ser un modo de inducir trance, siempre y cuando el sujeto no se dé cuenta que de todos modos sentiría la «hinchazón», incluso sin la sugerencia del hipnotizador.

Una vez que entendemos que ya no se nos hace responsable de nuestras acciones, no hay necesidad de mantener una «personalidad». A los alumnos de improvisación que se les pide que finjan estar hipnotizados, manifiestan una súbita mejoría. A los alumnos que se les piden que finjan ser hipnotizadores, no evidencian tal mejoría.

Muchas formas de caer en trance involucran interferir con verbalizaciones. Los cantos o cánticos repetitivos son eficaces, o mantener la mente ocupada en una sola palabra; a menudo se piensa que tales técnicas son «orientales», però son universales.

Un modo dramático de caer en trance es mediante el «trumping». Esto se utilizó en una representación de las Indias Occidentales en el Royal Court, con el indeseado resultado de que los actores continuamente caían en un trance real en lugar de sencillamente actuarlo. Funciona, en parte, por el «efecto de masas», donde todos repiten la misma acción y sonido, pero también por una hiper-oxigenación de la sangre. Se parece a un «stomp de dos pasos hacia adelante».

«Con el paso adelante, el cuerpo se dobla hacia el frente desde la cintura tan violentamente, que parece haber sido impulsado por una fuerza. Al mismo tiempo, el aliento es exhalado, o inhalado, con gran esfuerzo y bullicio. Lo trabajoso de la acción justifica el término «laborioso»... Cuando se lleva a efecto la posesión del espíritu... las piernas de un individuo tal vez parezcan clavadas al piso... o quizás sea lanzado al suelo». (S.E. Simpson, Religious Cults of Caribbean: Trinidad, Jamaica and Haiti [Cultos Religiosos del Caribe: Trinidad, Jamaica y Haití], Institute of Caribbean Studies, University of Puerto Rico, 1970).

Las masas de gente son inductoras de trance, porque el anonimato impuesto por la multitud nos absuelve de la necesidad de mantener nuestra identidad.

(Continuarà)

03/07/2020

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