Fotografies de Sílvia Poch

La Maladie et la Mort...

Crítica a La malaltia. Docudrama a partir de El mal de la joventut, de Ferdinand Bruckner

por Natalia Barraza


“La Maladie et la Mort font des cendres

De tout le feu qui pour nos flamboya”


(Le portrait. Les fleurs du mal. Charles Baudelaire) (1)


Son Baudelaire –quien contrajo la sífilis cuando tenía 20 años– y Artaud –quien desde pequeño fue marcado por la meningitis y que padeció sus secuelas durante todo su crecimiento– quienes para mí representan el pensamiento y la acción incendiaria que trascienden la enfermedad, que hablan, actúan a través de ella y marcan una manera ferviente y comprometida de ver la vida totalmente asociada a su creación y la relación con el arte.


Cuando una pieza o un evento se plantea de antemano con una aséptica explicación, entramos al mismo desde ese pacto inicial, condicionadas por las coordenadas que parecen indicar el camino, o al menos la manera de andarlo.


En La Malaltia, que pude ver en la sala Fabià Puigserver del Teatre Lliure, nos encontramos con seis jóvenes de entre 20 y 30 años como si entráramos en una reunión de trabajo de mesa acompañados de una serie de ordenadores, lámparas y papeles desordenados.


Se dirigen a público en primera persona de manera frontal, con un estilo desenfadado e informal, como si los hubiéramos interrumpido mientras tenían otros planes. Se disponen entonces a contextualizar la obra de antemano y a explicarnos una premisa esencial de lo que definen como “cápsulas”, que se trata de los segmentos fragmentados de los que se compone la dramaturgia. Un poco de documental, de ficción, de metateatro y mucho texto combinados con el uso de herramientas digitales y de una arriesgada estructuración de la historia que –tal y como nos funciona el cerebro últimamente– digamos que se adapta al ritmo voraz con el que engullimos información.


Las identidades de la fábula se entremezclan con la de las actrices y actores que reconocemos por otros medios. Van abriendo un abanico de analogías entre:


  • una sesión de casting y la precariedad, competencia y violencia en la que estamos inmers@s,
  • “el mal de la juventud”, obra escrita al final de la década de 1920,
  • el montaje de la misma por Jordi Mesalles en 1980 y
  • el presente, éste que tenemos entre manos y que intentan reflejar, en el que nuevamente –enfermedades y peligros mediante– sentimos que no tenemos nada que perder.


Se entiende que la obra relaciona la juventud con un ambiente de desilusión y desamparo ante una sociedad que les exige ser productivos, donde ante la alta probabilidad de no ser suficiente se barajan el suicidio, el aburguesamiento o la prisión en última instancia como únicas posibilidades de rumbo.


De hecho la historia del drama que vehicula esta versión de Martel, se ambienta originalmente en una pensión vienesa, en 1923, tras la derrota de Austria en la Gran Guerra. Bruckner presenta una descarnada radiografía generacional y sitúa concretamente la acción en la habitación de Maria, que junto a su aristocrática amiga Desirée cursan estudios de medicina. Ese espacio que se convierte en lugar de refugio, experimentación y límite reúne también a Freder, Irene, Lucy y Petrell representados aquí por Guillem Balart, Emma Arquillué, Martina Roura, Francesc Marginet, Elena Martín y Mariantònia Salas.

Esta historia es interrumpida e intervenida cada tanto por las “cápsulas” antes mencionadas rompiendo la línea espacio temporal de la ficción, y acontece tantas veces que la proximidad y frescura con la que se inicia la obra se irá diluyendo a medida que se desarrolla, revelándonos una bifurcación entre lo que se pretende plantear como juego escénico y aquello a lo que nos atenemos para poder ir siguiendo la trama. Crece la sensación de que todo lo que explosiona tiende un muro entre el público y el escenario más allá de que rompan una y otra vez la cuarta pared para explicar cómo se organiza el material dentro y fuera de la propia pieza.


En el espacio escenográfico encontramos un container marítimo que cumple la función de almacén de los mobiliarios y utilería que van manipulando l@s propi@s intérpretes: una cama, un sillón, una lámpara y otros elementos que nos conectan metonímicamente con la casa de Maria. Sirve también como un espacio extra escena que sólo alcanzamos a ver a través de la filmación en directo de las acciones que allí se desarrollan.


Si algo tiene el cine es que a través de la cámara nos aproxima al detalle, nos permite apreciar de cerca, hacer un foco condicionando la perspectiva de esa “realidad”. Una serie de pantallas a través de diferentes soportes van complementando las acciones y situaciones, dotando de mucho protagonismo al código audiovisual, cargado y vertiginoso, que va dando saltos entre imágenes grabadas previamente, trozos de películas antiguas, bombardeo de rostros y mosaico de historias simultáneas, junto a otras que reproducen parte de lo que vemos en escena.


La parte de movimiento ha sido asesorada por Lali Ayguadé. Concretamente la coreografía que interpretan entre tod@s es una hermosa escena, ya que gracias a la abstracción que permite la danza, lo que vemos cobra un sentido plástico potente y humano; como eco de la locura y alucinación de los personajes funciona de manera casi balsámica para disfrutar del contraste del peso dramático de ese momento desde una belleza diferente.

 

Otro momento excepcional es el de la música en directo, interpretada por dos de los actores con una mezcla de sensibilidad y solvencia muy acertados, generando una atmósfera sonora que cubre las acciones que ocurren simultáneamente, a la vez que conectan dos planos de “realidad” de manera poética y teatralmente interesante.


Me llama la atención que una canción que atrapa a nuestro inconsciente colectivo como Don't let me down, de The Beatles, apela a lo que podríamos considerar como himno de la desolación y la ansiedad. Por lo tanto es una elección no solo correcta, sino paradigmática para la obra.


La historia, las cápsulas, las elipsis espacio temporales, la performatividad pretendida del aquí y ahora y los múltiples referentes, son capas que se van acumulando y concatenando, que necesitan de una implicación activa del público para organizarlas mentalmente. Algunas frases del texto quedaron en mi cuaderno de notas y quizás sean las que de alguna manera lo representa: “el mon no és com el veus”, “m’ho he de creure tot” y “ tot té un preu”. Síntesis máxima del planteo de desencanto como síntoma de una enfermedad social más profunda y nihilista.


Lo que me pre-ocupa de este asunto es que, en el análisis que espero sea lo más objetivo posible, no me encaja que tanto la temática –una juventud visceral que no encuentra el rumbo, que se tambalea dando tumbos entre la violencia, el castigo, el suicidio, las drogas– como todo el vértigo de la adrenalina de no encontrar sentido a la vida se planteen con tanta parafernalia. Más allá de que la interpretación de los jóvenes actores evidencie su entrega y profesionalidad, hay en el todo de la obra un tono de simulacro que desconcierta: pantallas que no registran lo que aparentemente una cámara enfoca, lámparas sin luz, aparatos sin cable que en teoría están activando cosas…

Y aquí van mis juegos de palabras que en el fondo escribo seriamente: Parece una verdad que miente descaradamente o una mentira que seductoramente nos guiña el ojo hacia ella como si de una verdad se tratara. Y no hablo del necesario e implícito acuerdo tácito en el ritual del teatro, ése de entrar en el juego de que esto a lo que jugamos es serio, en eso creo, en eso confío… hablo de que va de que no va de lo que va (sí, vuelve a leerlo, está escrito a posta)… o bien que pretende ir de algo de lo que no puede ir, porque no se puede encarnar la desesperación y el riesgo real en un terreno tremendamente impoluto, codificado y verbalizado sin entrañas.


La puesta en escena es por tanto una tibia negociación entre el documental y la ficción, la realidad y el artificio que, por el estilo de montaje, evoca cierta influencia de Jan Lawers y la Need Company. Esto también habla de un diagnóstico actual de la doble moral y de las dicotomías diarias que se suman a la angustia de lo que entendemos por juventud.


Sería pertinente preguntarnos:


¿Qué es juventud? Quizás inestabilidad, proceso, precariedad, riesgo, pruebas, rupturas, confusión, fervor, experimentación, peligro y rabia.


¿Qué es enfermedad? Quizás algo en un organismo que no está funcionando de manera saludable y es, por tanto, desequilibrio y crisis.


Y ojalá entender así que, ambos ingredientes: lo joven y lo enfermo, son reflejo de una sociedad confundida y ansiosa, pero que no por eso ha de ser trivial ni menos valiente.


“Bajo esta costra de hueso y piel, que es mi cabeza, hay una constancia de angustias, no como un punto moral, como los razonamientos de una naturaleza imbécilmente puntillosa, o habitada por un germen de inquietudes dirigidas a su altura, sino como una decantación. en el interior, como la desposesión de mi sustancia vital, como la pérdida física y esencial de un sentido.


Antonin Artaud, Le Pèse-Nerfs, 1927


Fotografies de Sílvia Poch. Per veure-les a tota pantalla, clica sobre la imatge.   

DOCUDRAMA ESCÈNIC A PARTIR DE El mal de la joventut, de Ferdinand Bruckner. IDEA I DIRECCIÓ Juan Carlos Martel Bayod. INTÈRPRETS Emma Arquillué Irene, Guillem Balart Freder, Francesc Marginet Sensada Petrell, Elena Martín Désirée, Martina Roura Lucy, Mariantònia Salas Maria. DRAMATURGISTA Íngrid Guardiola. ESPAI ESCÈNIC Bibiana Puigdefàbregas. VESTUARI Adriana Parra. CARACTERITZACIÓ Núria Llunell. IL·LUMINACIÓ Marc Lleixà (AAI). VÍDEO Joan Rodón (dLux.pro). ESPAI SONOR Lucas Ariel Vallejos. ASSESSORA DE MOVIMENT Lali Ayguadé. CONCEPTE, GUIÓ I DIRECCIÓ DE LES CÀPSULES VISUALS. Els alumnes de la UPF: Ana Bovino, Marta Duran, Agustín Flores, Mateo Gómez, Ruth Grégori, Carolina Plata i Jimena Sánchez. AMB LA COL·LABORACIÓ DE Las Kellys, Roxana Hernández, Lluís Marquès, Moha Amazian, Maider Lasa, Nerea Montmany, Genera, Neus Soler, Marta Farrés, Marina Alegre, Nuria Moreno, Berta García, Adriana Fuertes, Joaquim Domènech Canadell, Cristina Esquerre Hernández, Aitana Nuñez Bagur, Ángel Serna Pareja, Sergio Monsalve, Xavi Oliva, Sergio Ramon, André Robert, Manu Solís, Nicolás Tabilo i Peluquería de Faisal. PRODUCCIÓ DELEGADA Jordi Balló - UPF. AJUDANTA DE DIRECCIÓ Júlia Valdivielso. AJUDANTA D'ESCENOGRAFIA Alba Paituví. AJUDANTA DE VESTUARI Carlota Grau. AJUDANT DE SO Iker Rañé. ALUMNE EN PRÀCTIQUES DEL MUET Xavier Sisquella. CONSTRUCCIÓ D'ESCENOGRAFIA Arts-cènics. PRODUCCIÓ Teatre Lliure. EN COL·LABORACIÓ AMB Màster en Documental de Creació de la Universitat Pompeu Fabra. AGRAÏMENTS Mercè Aránega i Ramon Madaula. Teatre Lliure, del 5.3.2021 al 11.4.2021.


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