El mundo: un relato sin fin

(Comentario de Pablo Ley)
Cualquier comentario a un libro es siempre un punto de vista, pero en el caso del libro de Óscar Vilarroya, Somos lo que nos contamos, es especialmente pertinente tener claro desde qué punto de vista hablas porque hay más de un núcleo de interés. De entrada habría que decir que Óscar Vilarroya es un neurocientífico, y el punto de arranque de su reflexión parte, con toda lógica, de las herramientas con las que nuestro cerebro, evolucionado a lo largo de cientos de miles de años, construye eso que nosotros llamamos una visión del mundo. Hay, según explica, un impulso narrativo original que genera unas estructuras narrativas mínimas que él llama el relato primordial.
Óscar Vilarroya: Somos los que nos contamos. Cómo los relatos construyen el mundo en que vivimos. Ariel, Editorial Planeta. Barcelona, 2019.

La acumulación de relatos primordiales hará al final posible una visión narrativa del mundo como totalidad, es decir, una visión en la que la temporalidad y la causalidad integran todas las experiencias en un único universo de sentido. Una herramienta de estas características en un mundo sencillo, natural, permite al ser humano una comprensión más o menos fiable de su realidad inmediata. Pero a medida que el mundo se hace más grande, más complejo, cada vez más alejado de la naturaleza, la visión del mundo resultante de esta acumulación integrada de relatos primordiales puede ir sumando también un sinfín de errores hasta convertirlo todo en un monstruoso disparate (como Vilarroya ejemplifica en el primer capítulo del libro centrado en el caso de las brujas de Salem). Desde el bebé que empieza a explicarse el mundo aún sin palabras, hasta el adulto que tiene que decidir su voto en unas elecciones, todo puede explicarse desde el relato primordial y los mecanismos que lo construyen. 

Una mirada dramatúrgica 

De hecho, una de las partes más interesantes para mí del libro, que leo esta vez desde el punto de vista del dramaturgo, es justamente cuando Óscar Vilarroya aborda los mecanismos mediante los cuales el cerebro reúne la avalancha de informaciones que recibe simultáneamente de todas partes y por todos sus sentidos hasta hacerse una composición de lugar de lo que está pasando a su alrededor. No cuesta nada imaginarse este cerebro en acción como el cerebro de cualquier espectador sentado en la oscuridad de una sala de teatro. En este punto es donde Somos lo que nos contamos me parece un auténtico y espléndido festín. 

En el centro de este proceso vertiginoso se encuentra esta facultad tan simple como lo es la capacidad de todo espectador de construir un encadenamiento de relatos primordiales que le permitan explicarse lo que está pasando en el escenario. Señalaré, a modo de ejemplo, algunos de estos puntos que me parecen especialmente relevantes desde este punto de vista. 
  • Uno: El relato primordial es un proceso prelingüístico, es decir, adquirido evolutivamente antes de la adquisición del lenguaje. (En teatro, cada acción que se ve sobre el escenario obliga a establecer con precisión el relato primordial sobre el que se fundamenta: todo responde a un porqué.) 
  • Dos. Es una actividad involuntaria como la respiración. (En una dramaturgia, y por más que tratemos de anular cualquier vínculo causal, al final el espectador tendrá, involuntariamente, en su cabeza un relato de lo que ha visto.) 
  • Tres. Anticipa lo que tiene que pasar, activa la generación de hipótesis sobre el desenlace del relato y nos obliga a darle un sentido. (Los famosos silencios de Pinter se cargan de sentido justamente por este motivo.) 
  • Cuatro. Activa una serie de procesos implicados en la cognición social, entre los que destaca la teoría de la mente, que nos permite imaginar qué es lo que los otros piensan. (Cualquier estudiante de interpretación sabe lo difícil que es "engañar" a un espectador; no por casualidad el actor en griego era llamado ὑποκρίτης, es decir, hypokrites, que terminó dando nuestro hipócrita.) 
  • Cinco. Todo consiste en ordenar los acontecimientos a lo largo de una serie de forma verosímil, razonable (principio de coherencia temporal, contextual, causal) y eficaz. (Ningún profesor de dramaturgia tiene ninguna duda al respecto, en todo caso puede preguntarse por qué, si los procesos son innatos, es tan difícil conseguir un relato escénico que reúna todas estas condiciones.) 
  • Seis. El relato resultante puede ser, sin embargo, tan diverso como en Rashomon, la película de Akira Kurosawa, a la que Vilarroya dedica un apartado. (Dramatúrgicamente la ambigüedad, que facilita precisamente la diversidad de lecturas, puede tener un efecto poético siempre y cuando no se produzca la aniquilación del sentido.) 
  • Siete. El relato primordial aparca la lógica formal y aplica todo tipo de triquiñuelas como la analogía, la heurística y los sesgos cognitivos. (El análisis de estratagemas, sobre las que resulta imposible extenderse ahora porque son muchas, constituye uno de los bloques más fascinantes para cualquier dramaturgo y director... y confirma tantas intuiciones creativas.) 
  • Ocho. Todo pasa dentro de la caja negra del cerebro inconsciente, es decir, sin que el espectador llegue a darse cuenta cabal de todo lo que él mismo aporta al relato. (La sobreconstrucción que resulta necesaria por parte del espectador para comprender cualquier pieza teatral nos debería hacer tomar conciencia de la enorme capacidad de cualquier espectador, a pesar de que hay entre la profesión la tendencia a considerar el público un elemento pasivo. )
  • Nueve. Finalmente, todo está sometido al toque de alarma de la amígdala cerebral que nos avisa constantemente de los peligros que nos amenazan. (Y que, en el teatro, mantiene al espectador intensamente activo en la butaca.)
Sólo por estos nueve puntos que señalo, creo que vale la pena detenerse a leer el libro de Óscar Vilarroya. Pero hay más motivos. 

Una mirada periodística 

Somos lo que nos contamos me interesa también por sus implicaciones periodísticas. A medida que avanza el libro, Óscar Vilarroya propone la construcción de relatos cada vez más complejos, pero que de pronto optan por prescindir de ajustarse a la realidad y empiezan a introducirse en terrenos cada vez más peligrosos. 

Por ejemplo, está el que Vilarroya llama el relato impropio, que es el relato inadecuado pero que sirve para calmar nuestro desasosiego. Aborda también lo que denomina el relato estúpido, con ejemplos concretos basados en la política y la economía, pero también en la ciencia. Y finalmente aborda dos fenómenos actuales como las fake news –que, asociadas a la construcción grupal, pueden generar relatos políticamente indeseables– y las burbujas narrativas –que se fundamentan en nuestra credulidad–. 

Gran parte de estos fenómenos están directamente asociados al crecimiento espectacular de internet que ha supuesto la destrucción del ecosistema comunicativo anterior. La lentitud del papel o de la televisión contra la instantaneidad de la red, ha supuesto una transformación enormemente positiva en muchos aspectos, pero no en todos. El verdadero problema es que la ausencia de un discurso sólidamente elaborado desde medios solventes ha dado alas a toda la variedad de relatos inadecuados y estúpidos, fake news y burbujas narrativas a menudo perversas. 

Una mirada pedagógica

Esta proliferación de relatos incontrolables me interesa especialmente como usuario de internet, pero también como pedagogo. El libro de Óscar Vilarroya aporta datos importantes para la reflexión en ambos sentidos. 

El panorama de relatos inadecuados que dibuja el libro me asusta como usuario de internet. Resulta tan fácil dejarse arrastrar por esta corriente constante de relatos, algunos de ellos delirantes, sobre la realidad. Todos somos víctimas de nuestra propia capacidad de fabular. La bondad del mundo depende, en gran medida, del esfuerzo realizado para construir un relato de calidad, es decir: de una visión del mundo que soslaye el simplismo que lo explica todo demasiado bien, demasiado fácil.

Somos lo que nos contamos me interesa, por fin, como pedagogo, porque estoy en contacto constante con alumnos de edades comprendidas entre los dieciocho y los veintitantos años, una generación que ya ha nacido y crecido con internet y que, a veces, está aún falta de herramientas intelectuales para afrontar la nebulosa informativa. O desinformativa. Ante esto, Óscar Vilarroya propone: combatir el mal relato, desenmascararlo prestando especial atención al relato simplificador, alertar sobre los peligros de lo que parece razonable (pero que no lo es necesariamente), entrenar el pensamiento crítico, y desarrollar la alfabetización digital. 

Un libro necesario. Una reflexión útil. Una perspectiva estimulante. 

Finale 

No me resisto a copiar un fragmento de Óscar Vilarroya y justamente uno que se refiere a la conformación de las ideologías. Hay tantas ideologías que parten de un relato primordial sencillamente perverso... sólo hace falta una reflexión de cinco minutos para identificar unos cuantos relatos impropios en el centro mismo de nuestro pensamiento ideológico: 

"[...] una ideología no es otra cosa que un sistema de relatos sobre cómo funciona el mundo y sobre cómo debería ser, basado todo él en unos pocos relatos primordiales, como, por ejemplo: "la sociedad es desigual por naturaleza", "la sociedad funciona mejor con la iniciativa individual" o "hay que desconfiar de la iniciativa individual porque el ser humano es egoísta ". Las ideologías nacen de asumir algunos de esos relatos y de construir un conjunto de principios y reglas que ofrecen un modelo sobre cómo funciona el mundo y sobre cómo mejorarlo. En otras palabras, las ideologías fuerzan una visión narrativa del mundo. "(Pág. 239)
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