Una Medea interior El amor (no es para mí, dijo Medea), de Queralt Riera por Pablo Ley
Queralt Riera ha estrenado en el teatro Eolia un texto que es un regalo para los oídos y para la imaginación. Un texto lleno de pasillos ocultos entre, por un lado, la literatura clásica y la contemporánea y, por otro, nuestra manera de interrogarnos ante la vida y el mundo. Un texto de puesta en escena nítida, pulida, sin complicaciones innecesarias, que se completa con la espléndida actuación de dos actrices formidables -Rosa Cadafalch y Patricia Mendoza- y un trabajo elegante y sutil al piano, con la misión de recrear el universo emocional, a cargo de Joan Alavedra. Un espectáculo por el que vale la pena dejarse llevar, arrastrados por las olas del mar que atravesó Medea junto a Jasón y los argonautas.
El amor (no es para mí, dijo Medea). Texto: Queralt Riera. Dirección: Queralt Riera. Actrices / Performers: Rosa Cadafalch y Patricia Mendoza. Espacio escénico: José Menchero. Espacio sonoro y música en directo: Joan Alavedra. Fotografía: Mercè Ramírez. Diseño Gráfico: Queralt Riera. Diseño del cartel: Adrià Losa. Productor: NUQ arte y Eolia I D. Espectáculo ganador del 47º Premio Octubre de Teatro "Pedro Capilla, Beca Odiseo 2018 y finalista del Quim Masó 2018.

No es frecuente encontrarse ante un texto tan decididamente literario. Un texto que emana olor de buena literatura desde las primeras palabras. Un texto que comienza con un tono beckettiano -por ejemplo, la vieja sentada sobre una butaca de la que no puede moverse porque, finalmente, sabemos que no tiene piernas; o también el discurso que gira obsesivamente en torno a la memoria que se desvanece, de la podredumbre de la memoria y de la vida- para luego despegar hacia una relectura poética, irónica y contemporánea, bastante reconocible, de la Medea clásica. Medea, la mujer que pasa a la historia de la literatura dramática por haber asesinado sus dos hijos a fin de destruir el marido, Jasón (cuyo nombre, en un privado joke malicioso, se empeñan en pronunciar en inglés). Una pieza teatral que funciona como un monólogo, una narración directa a público, pero dividida entre tres personajes escénicos: una actriz que encarna la Medea madura y gran -Rosa Cadafalch-, una actriz que encarna la Medea niña, adolescente y adulta -Patrícia Mendoza -, un espacio sonoro de emocionalidad sutil interpretada al piano -Joan Alavedra-. Los tres juntos generan una línea continua de narración, emoción, energía, que va recorriendo, en una temporalidad que va hacia adelante y hacia atrás, la historia de una mujer, ahora vieja, Medea, de la que iremos descubriendo poco a poco la historia desde la misma infancia. Lo que hace que esta historia sea interesante es, sobre todo, la forma en la que se teje la narración. Se reconoce, de fondo, la historia de Medea original, la relación conflictiva con su padre (a quien robar el vellocino de oro), la muerte de su hermano (a quien ella asesinó y descuartizó), la dedicación obsesiva hacia a su marido (a quien ella ayuda a encumbrar), la ira incontenible cuando el marido la traiciona y la abandona, la destrucción del marido todo asesinando los propios hijos ... la Medea clásica termina aquí, huyendo en el carro del sol. Esta Medea contemporánea sobrevive hasta la vejez, en una residencia de ancianos en la costa, mirando el mar ... donde han encontrado una niña ahogada en la que los peces le han vaciado los ojos. La metáfora de la niña ahogada sin ojos es una metáfora casi surrealista que me parece fascinante. Una niña es futuro por partida doble, como niña y como mujer. El mar es el eterno mar de las zozobras, las de las infinitas posibilidades que nos depara la vida. La ceguera es la ceguera de Edipo, la del conocimiento de las cosas terribles. Como metáfora me remito, no sé por qué, a un cuadro de Marc Chagall ... con el color azul del mar como fondo oceánico, la niña ahogada rodeada de peces que le comen los ojos flotante en la nada de la vida hacia el olvido de la muerte. La puesta en escena es sobria, de una sencillez esencial. Una gran plataforma de madera pintada de un azul Chagall con los contornos recortados como si fuera un charco de agua. Al fondo un cortinaje plateado como trasfondo de una vida de oropel. A la izquierda el piano de cola (con aquella presencia oscura de ataúd melódico). Y nada más, los intérpretes, sus voces, la evolución de sus cuerpos sobre el charco oceánico de las vicisitudes de la vida. Espléndida la interpretación de las dos actrices. Rosa Cadafalch y Patricia Mendoza, sobre el escenario, hacen un trabajo compacto, consistente. Se ajustan al ritmo de las palabras y de las imágenes que se desprenden de ellas y se transforman en una corriente de emociones para transmitir la totalidad fragmentada de una historia que el público mismo va tejiendo en su propia cabeza. Medea, sí, y seguramente una Medea contemporánea que circula por todo el mundo y llega a vivir incluso en Barcelona. Pero es, más que nada, una Medea interior. Una Medea que nos nace en el alma hecha con nuestras frustraciones, nuestros miedos, nuestras iras, nuestros viajes en la nave Argos, la pérdida de los hijos, nuestras zozobras. Lo que el mar, finalmente, depositará en la orilla es el cuerpo de la niña sin ojos.
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