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Sicilia: excepto el alma Portafolios fotográfico de Jose Ángel González Balsa
Jose Ángel González Balsa se define él mismo como "retratista de la calle y de almas, de mirada directa y honesta. Nacido en una ciudad que es un milagro, Santiago de Compostela. Emigrante casi eterno. Periodista por obligación y fotógrafo por vocación. Cubierto de cicatrices. Sin certeza del lugar donde perdió la juventud. " Su mirada fotográfica barre la superficie de las cosas y se detiene, sólo un instante, en el objetivo. Es fotografía en movimiento. Fotografía de la sorpresa, de la admiración, de la estupefacción. Fotografía del paso del tiempo, de la decadencia y la añoranza. Como una fantasmagoría de la historia. En esta colección de fotografías se deja llevar por las sombras de una lugar, Sicilia, que parece desvanecerse a su paso. Su cámara capta el instante en que las cosas han dejado de existir. Sólo les resta el alma.
Sicilia: excepto el alma
Empiezas pidiendo buenaventura a un olivo añoso como el mundo y acabas hincado y modesto, igual que ese boss entrevisto como en una escena de penitencia clásica, ante el altar lateral de una de las iglesias barrocas de la isla, tantas como huellas, balas, romances, engaños...
Estoy enamorado de la corrosión de Sicilia, de la vejez, de la efímera intimidad de la pintura ajada por el salitre. Esta es una crónica de tres semanas como errante, intentando no ser turista apostólico —esos zombis ridículos que no saben rezar el Padre Nuestro en un altar—.
Tres cámaras me acompañaron: de juguete, plásticas (dos Holga, de 120 y 135 milímetros, y una Pouva Start, el ojo de los niños de la República Democrática Alemana). Obvié la munición de silicio y no añoré la precisión de metralla de las digitales, dignas de mafiosos. Pesan demasiado, además, para mis manos cansadas.
Regresaría mañana, con o sin cámaras. En Sicilia todo es peso sobrante excepto el alma.
Jose Ángel González Balsa
Empiezas pidiendo buenaventura a un olivo añoso como el mundo y acabas hincado y modesto, igual que ese boss entrevisto como en una escena de penitencia clásica, ante el altar lateral de una de las iglesias barrocas de la isla, tantas como huellas, balas, romances, engaños...
Estoy enamorado de la corrosión de Sicilia, de la vejez, de la efímera intimidad de la pintura ajada por el salitre. Esta es una crónica de tres semanas como errante, intentando no ser turista apostólico —esos zombis ridículos que no saben rezar el Padre Nuestro en un altar—.
Tres cámaras me acompañaron: de juguete, plásticas (dos Holga, de 120 y 135 milímetros, y una Pouva Start, el ojo de los niños de la República Democrática Alemana). Obvié la munición de silicio y no añoré la precisión de metralla de las digitales, dignas de mafiosos. Pesan demasiado, además, para mis manos cansadas.
Regresaría mañana, con o sin cámaras. En Sicilia todo es peso sobrante excepto el alma.
Jose Ángel González Balsa
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