Llegados a este punto ya estamos en disposición de abordar cuál es la tarea del dramaturgo, en qué tramos se sitúa, en qué momento tiene un papel predominante y en qué otro momento debe integrarse en el equipo de dirección (en forma de asesor o consultor). Lo más importante es, en primer lugar, el hecho de que, haya o no haya la figura específica del dramaturgo, al final, la dramaturgia, como proceso, habrá quedado terminada, porque sin dramaturgia no hay obra. Hay que insistir, efectivamente, en que la dramaturgia es un proceso de reflexión en el que son muchos los que participan. Un proceso en el que, además, no siempre hay texto. Pero en el que, cuando hay texto, con frecuencia no es de un autor vivo o cercano (puede ser de otro país, hablar otro idioma). En estos casos, y si es que es necesario que alguien haga la tarea –fundamentalmente técnica– de modificar o clarificar el texto, entonces aparece una forma específica de intervención para la que se supone que un dramaturgo estará mejor preparado (aunque a menudo ésta es una tarea que la hace el director). Un texto puede no ser necesariamente fácil de entender en profundidad, puede requerir la aclaración de determinadas oscuridades o, cosa más frecuente cuando nos enfrentamos a textos clásicos, el aligeramiento de escenas demasiado extensas o del número excesivo de personajes que participan. A veces hay que hacer una intervención más drástica para devolverle al texto la espoleta de la modernidad. Tampoco se puede olvidar que establecer límites precisos entre los diferentes tramos de la dramaturgia resulta difícil porque no siempre el texto precede a los ensayos, a veces se crea al mismo tiempo, no necesariamente en procesos de improvisación. En otras ocasiones, como ocurre con frecuencia en aquel teatro de talante experimental y en la danza contemporánea, el espectáculo incorpora unos determinados textos sobre una estructura ya definitivamente elaborada. En definitiva, cada proceso es único y la integración de todos los profesionales que intervienen es, siempre, profundamente diferente (y, a veces, conflictiva). 

Hay, al menos, cuatro tramos en los que pueden identificarse diferentes formas de dramaturgia netamente diferenciadas: 

1) Dramaturgia de creación 

Es la que realiza el autor (o el dramaturgo cuando esta palabra incluye la autoría) a la hora de componer el texto. No hay una forma única de creación, por lo que los procesos dramatúrgicos pueden variar enormemente de un autor a otro. Desde el que concibe su obra ex novo, en solitario y alejado de los escenarios –tal como el novelista escribe sus novelas–, hasta aquel que trabaja a partir de improvisaciones de los actores y concibe su obra sobre el mismo escenario o el que parte de la adaptación de textos no teatrales, el abanico de las posibilidades es extenso. En todo caso, todos trabajan en torno a los mismos conceptos (personajes, conflictos, emociones, espacio, tiempo ...), incluso cuando, como ocurre con el teatro posdramático, pone estos conceptos en cuestión. De estos pocos conceptos, que pueden ser tan simples o complejos como se desee, nos ocuparemos pronto en las próximas entradas. 

2) Dramaturgia de dirección 

Es la que realiza el director junto a su equipo de especialistas (escenógrafo, figurinista, iluminador, compositor, coreógrafo, etc.). En este tramo se puede incluir, integrado en el equipo y a las órdenes del director, a un dramaturgo (o más), en calidad de especialista que acompaña el proceso ocupándose, sobre todo, de la interpretación del texto y de su transformación en signos escénicos y su coherencia como un todo. Es evidente que en un equipo formado por especialistas, la dramaturgia de dirección es el momento en el que se produce la diversificación de los lenguajes que el director se encarga de coordinar. Una dramaturgia de dirección bien elaborada debería permitir alcanzar el primer día de ensayos con las ideas perfectamente desplegadas. Es más, de la excelencia en el desarrollo de la dramaturgia de dirección depende, la mayoría de las veces, que el espectáculo alcance unos niveles creativos óptimos. Por el contrario, descuidar este proceso en el diseño de producción es un error frecuente que se salda con importantes dosis de improvisación. 

3) Dramaturgia de ensayo 

Es la que el director realiza junto a su equipo en el que ahora se integran los actores. El proceso de ensayos es el momento en que los conceptos alcanzan una concreción escénica. Un director debe resolver constantemente problemas dramatúrgicos surgidos a cada paso en el transcurso de los ensayos. Problemas de interpretación de detalle en cuanto a los diálogos, de su traslación en el espacio, de tono, de ritmo, de intensidad, de volumen. Con frecuencia es necesario construir detalladamente el subtexto de una situación, o los antecedentes y consecuentes, o determinar las motivaciones psicológicas de los personajes, proceso del que resulta un material conceptual y narrativo de notable complejidad. Al mismo tiempo, ya medida que se van sumando los otros elementos escénicos, surgen problemas de interpretación que es necesario clarificar. Como es natural, la dramaturgia de ensayo la hacen, fundamentalmente, el director y los actores, un núcleo alrededor del cual el resto del equipo puede influir con su opinión y aportar ideas que resuelvan los principales problemas que vayan surgiendo. El dramaturgo, aquí, cuando lo hay, se sitúa junto al director y su función es –en la medida en que el director se sumerge en los detalles del día a día que acaparan su atención– la de mantener la visión de conjunto atenta al significado global y la efectividad con que escénicamente se sirve este significado. La principal herramienta con la que trabaja es el mapa conceptual del espectáculo (sobre el que volveremos más adelante). 

4) Dramaturgia de programación 

Incluyo aquí esta forma de dramaturgia, que no interviene directamente en el proceso de creación de una obra teatral, en la medida en que forma parte del proceso de toma de decisiones a la hora de plantear la estructura conceptual de una temporada en un teatro. La figura del dramaturgo (a la alemana o la inglesa, como ya he comentado en entradas anteriores) se equipara, en este caso, a la del programador artístico, y de lo que se trata es de elaborar un discurso coherente y convincente en el intento de llegar al público al que aspira. Veremos más adelante la importancia de una visión global de la sociedad y de las ideas que la configuran y conmueven. A través de este proceso de pensamiento, que en el fondo trasciende el pensamiento dramatúrgico y que, en la medida en que puede intervenir un número indeterminado de especialistas (políticos, sociólogos, intelectuales, periodistas, especialistas en marketing, etc. ) junto a los mismos creadores (incluidos autores, directores, actores) también es colectivo, se perfilan los rasgos culturales, ideológicos, socio-políticos de cualquier teatro. Es extremadamente importante atender a la coherencia de la imagen pública de cualquier teatro, de ahí que la figura de su director artístico (acompañado o no de un dramaturgo que lo asesore en las tareas de programación) suele ser una figura muy relevante en todo ecosistema teatral de calidad.

Las dramaturgias de creación, dirección y ensayo son, en definitiva, procesos acumulativos que se resuelven en una superposición de capas en la progresiva integración de todos los lenguajes escénicos, por lo que es necesario destacar la necesaria implicación entre los diferentes procesos. 

Pablo Ley 
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