Fotografía de David Ruano del espectáculo Conejito, interpretado por Clara Segura.
El conejito del tambor de duracell un texto de Marta Galán Sala Publicamos aquí un texto de Marta Galán que es un verdadero torrente de palabras que brotan incansables para definir con contundencia el hecho de ser mujer en tiempos modernos: mujer, madre, trabajadora, educadora , amante, ser abocado al abismo del infinito. Pero lo que de verdad conmociona de este texto es el universo acelerado que habita esta voz de mujer que habla, habla, habla sin agotarse pero agotando las palabras de los universos que habita. Unos universos que son, probablemente, los universos que habitan todas las mujeres ... (pero quizás también los universos que habitamos todos nosotros). Un texto que asegura el placer de la palabra conformadora de universos, el placer de la literatura, el placer del teatro cuando la palabra es música. Música devastadora, irresistible, imparable ... pero música. (Una versión de este texto -adaptado y dirigido por Marc Martínez e interpretado por Clara Segura se estrenó con el título abreviado de Conejito en 2015 en Temporada Alta y el Teatro Libre.) Aquí os dejamos un fragmento para que deje que se le lleve este torrente de palabras y disfruta de este viaje abismal:
Y son estos 14 minutos que aprovecho para mirarte directamente a los ojos y pedirte que me abraces. Te pido que seamos como aquellos dos adolescentes que vimos el martes en el andén de la línea azul; con los labios fosforescentes de haberse hecho tantos besos. Y te pido que, como ellos hacían en el andén, dejamos pasar un metro y luego otro. Que durante 14 minutos de nuestra vida, como ellos hacían en el andén, permanezcamos ajenos a todo, al ritmo de las cosas, al tempo de la mayoría, que nos quedamos 14 minutos pegados por la boca, que salimos a la calle haciendo olor de noche bien vivida, de noche bien follada. Aunque sólo tengamos 14 minutos para ti y para mí, llegar hasta el fondo, aprovecharlos hasta el final. Sí es así. Sí que es verdad que insisto, que repetidamente busco tu mano, que acerco mis pechos en tu mano, mi pelo en tu mano, mi espalda en tu mano, como una perra, una gata, una coneja. Lo que yo quisiera: que me pusieras la mano encima. Que me cogen el culo y me comieras el coño a besos. Follar y ser felices. Follar y fabricar más hijos. Tres, cuatro, catorce, veintidós tres hijos todos nuestros, todos salidos de claves alucinantes de claves para morirse de gusto. Sí, es exactamente eso lo que yo quiero. Tienes la imagen exacta. La tienes y ahora yo te la recordaré: tú y yo pegados físicamente, literalmente como garrapatas haciendo el amor sin tregua durante 142 días. 142 días marcados en la pared. Esto era el deseo en el cuerpo. Esto era, también, el miedo en el cuerpo. El miedo de ambos en nuestro cuerpo. Porque mi cuerpo llora si sabe que te ha de perder. Llora mi cuerpo y se queda sin palabras. Acojona, mi cuerpo, si sabe que te ha de perder. Se caga, mi cuerpo, si sabe que te ha de perder. Se hunde, mi cuerpo, si sabe que te ha de perder. Y no sé si se puede follar estando hundido, estar terriblemente hundido y joder el mejor clave de tu vida, pero el caso es que tú y yo, si estamos hundidos, mal, lo que se dice mal, con la tristeza pegada en la garganta (la boca seca, los ojos secos, seco el coño) sólo podemos abrazarnos, mecer y mirar de descansar. (Y el torrente continúa ...)
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