Ítaca: segundo año de navegación

(o... ¿por qué una revista de teatro, arte y cultura?)

Mapa del mundo de Muhammad al-Idrissi (1154)

Este setiembre ha hecho un año que la revista Ítaca (revista de teatro eólica i+d) comenzó su viaje. Queríamos dejar constancia de este primer año de travesía... pero, ¿es necesario? Porque la mejor constancia de este año pasado son todos los artículos que hemos ido publicando a lo largo de los últimos doce meses. También hubiésemos querido hablar de lo que esperamos encontrar más allá del horizonte... pero si este año 2020 nos ha enseñado alguna cosa es que cualquier imprevisto puede arruinarte cualquier previsión. De modo que, para celebrar este primer año de aventuras, nos limitaremos a hacer una pequeña reflexión. O, aún mejor, contaremos un cuento:


1.


Tengo que confesar que zarpamos hacia Ítaca sin tener ningún mapa.


El mundo, pensamos, nos deparará tantas sorpresas como quiera.


Pero estábamos seguros de que el mundo estaba lleno de maravillas.


Y teníamos razón.


Lo que, sin embargo, tuvimos que preguntarnos primero  fue: "¿Qué es el mundo?"


Y la respuesta que obtuvimos fue: "El mundo es aquel lugar desconocido al que abrimos los ojos cada mañana."


Y luego preguntarnos: "¿Y qué hay en el mundo?"


Y la respuesta fue: "En el mundo hay paisajes, plantas, animales".


Y preguntamos: "¿Y los hombres y las mujeres?"


"Son animales", dijo la voz.


Y preguntamos: "¿Y no son nada más?"


Y la voz impacientarse: "Son al mismo tiempo constructores y destructores".


"¿Y qué construyen?"


"Las culturas."


"¿Y qué destruyen?"


"El mundo."


Y aquí hicimos un silencio largo.


Y callamos.


Y al cabo de mucho rato todavía preguntamos: "¿Y no puede haber culturas que no destruyan el mundo?"


Pero la voz ya no dijo nada más.


2.


He hecho esta introducción –a la manera de un cuento– porque me gustaría que nos pusiéramos de acuerdo en que, cuando decimos que Ítaca es una revista de teatro, arte y cultura, no estamos diciendo, en ningún caso, que Ítaca sea una revista inocua.


La cultura, y dentro de la cultura, el arte, y dentro del arte, el teatro... es el marco de la acción del ser humano. La cultura nos protege, nos da pautas de conducta, nos alimenta la imaginación, nos libera a través de la catarsis... pero –y esto es perfectamente palpable a lo largo de la historia– toda cultura se confronta con el mundo –o, si lo preferís, con la naturaleza– y también con otras culturas a las que destruye, debilita, diluye o engulle... hasta que a menudo sólo queda el recuerdo.


Hasta hace no demasiado tiempo, el mundo –o la naturaleza– parecía indestructible. Hoy sabemos que no lo es. Si los que nos dedicamos a la cultura no tomamos buena nota y entramos decididamente en el debate, estaremos incumpliendo la norma –que debería ser deontológica– de construir un mundo mejor. Lo que hemos aprendido últimamente es, además, que la naturaleza no está dispuesta a extinguirse sin lucha. No nos engañemos, la covidi-19 es consecuencia de cómo nuestra cultura ultraliberal (este monstruo ideológico que domina la Tierra) ha gestionado el mundo.


Son las macro-empresas, son los estados, son las organizaciones supranacionales las que han gestionado este desastre del que la covid-19 es sólo un síntoma, el cambio climático otro, la miseria de los continentes pobres otro, las guerras otro, las migraciones (por pobreza y por guerras) otro...


Pero no nos engañemos, también son las macro-empresas, los estados, las organizaciones supranacionales los que crean la gran cultura, las grandes ciudades, los rascacielos, los museos, los auditorios, los teatros de ópera, compran esculturas, pinturas, subvencionan grandes artistas, producen el cine, las series de televisión, grandes espectáculos, conciertos, inventan el turismo de masas que aniquila la diversidad...


¿No vale la pena , pues, que nos preguntamos seriamente qué es la cultura?


Por otra parte, es cierto que el ser humano se ha enfrentado más de una vez a eso que hoy llamamos globalización. Quizá no era la globalización de todo el mundo. Pero sí la globalización de todo el mundo conocido. El Oriente Medio y el Mediterráneo han sido testigos de grandes imperios que brillaron con luz deslumbrante y desaparecieron. En todo el mundo se conservan restos arqueológicos admirables de culturas de las que hoy no sabemos prácticamente nada.


Pues bien, hemos llegado a un punto en que pronto no habrá diferencias. Las culturas milenarias se habrán vuelto todas iguales. Las familias lingüísticas –grandes conformadoras del mundo– tenderán a reunirse progresivamente alrededor de unas pocas lenguas mayoritarias. Las estéticas se diluirán hasta resultar indistinguibles. Un monstruoso proceso de uniformización digno de las fantasías más distópicas... pero que, esta vez, será realidad.


El panorama contrario es, si cabe, aún más demoledor. La globalización se detiene, el mundo se desmenuza, pero no volveremos a las microculturas del pasado sino a una nueva Edad Media, a una nueva confusión de luchas de todos contra todos... y de todos contra el mundo y la naturaleza.


¿Hacia donde queremos que evolucione la cultura? Ésta es la pregunta que se formula Ítaca... una pregunta que necesita una respuesta de todos nosotros...


Es por este motivo que Ítaca quiere ser una revista de la profesión y para la profesión.


3.


Yo buscaba una imagen para ilustrar este artículo. Buscaba un mapa antiguo, pero lo que encontré es una metáfora perfecta.


El mapa que he puesto en el encabezamiento de este artículo es el que se conoce como tabula rogeriana, que forma parte de una obra que lleva el título maravilloso de Paseo del deseoso de cruzar los confines del mundo (نزهة المشتاق في اختراق الآفاق – núzhat al-muixtaq fi-khtiraq al-afaq). El autor es Muhammad al-Idrisi y la hizo el 1154 por encargo del rey normando Roger II de Sicilia.


Lo que me fascina del mapa es que, si lo miramos tal como Al-Idrisi lo dibujó (que es como podéis verlo en el encabezamiento de este artículo), difícilmente reconoceremos en él ningún lugar del mundo y nos costará mucho orientarnos geográficamente.  Si, en cambio, le damos la vuelta, el mapa se hace de repente obviamente familiar y, allí donde no reconocíamos nada, descubrimos enseguida la Península Ibérica y, a la derecha, reconocemos Italia y, más allá, Grecia y, debajo, situamos el Mediterráneo y África y Arabia y la India y China... y así resulta que el mapa se nos ha vuelto definitivamente familiar.

Mapa del mundo de Muhammad al-Idrisi visto del revés (o visto orientado hacia el Norte, que es como la cultura occidental se mira el mundo)

La pregunta que ahora nos debemos hacer es: ¿Por qué al-Idrissi miraba el mundo del revés?


La respuesta nos la da la geometría. Si dividimos el mapa por la mitad horizontal y cogemos sólo la parte de arriba, descubriremos que muy cerca del centro de la parte superior se sitúa nada menos que La Meca, el lugar más sagrado para la cultura musulmana.

Detalle del mapa de Muhammad al-Idrisi con La Meca en el centro de la parte superior

Y no olvidemos, por otra parte, que el Norte que orienta toda la cartografía occidental señala la Estrella Polar, alrededor de la cual giran todas las demás estrellas del hemisferio norte... y es por tanto el lugar donde, para el pensamiento cristiano medieval, cabía imaginar la presencia de Dios.


Esto –son éstas las metáforas a las que me refería más arriba– precisamente esto es la cultura: un punto de vista, una mirada sobre el mundo, una Weltanschaung (palabra que hace referencia a un mirarse el mundo desde el lugar concreto de quien lo mira). Nunca la cultura es una mirada inocua. Nunca es definitivamente objetiva. Al contrario, es siempre subjetiva, ideológica. Y siempre, como toda ideología, es una propuesta de futuro.


¿Cuál es el futuro que nosotros queremos?


Es por esto que queremos continuar el viaje hacia Ítaca... una isla que está, precisamente, en el horizonte de nuestros deseos... en el futuro del mundo... más allá de los confines de la imaginación.


Pablo Ley

08.09.2020


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