Fotografía Pau Fabregat

Contar historias, una 

cuestión adaptativa 

Entrevista a Oscar Vilarroya 

(a cargo de Pablo Ley)

Òscar Vilarroya acaba de publicar Somos lo que nos contamos (Ed. Ariel), un libro que lleva como subtítulo Cómo los relatos construyen el mundo en que vivimos. Vilarroya, director de la Unidad de Investigación en Neurociencia Cognitiva (URNC) adscrito al departamento de Psiquiatría y Medicina Legal de la UAB, es un investigador con una amplia trayectoria internacional que tiene, además, una peculiaridad que lo hace especial: su afición a la literatura y al teatro. Esta es la razón por la que Eolia lo invita –este año por segundo vez– a impartir un curso sobre Neurociencia y Teatro. Con Òscar Vilarroya hablamos sobre su libro y sobre sus implicaciones para el oficio de narrar.

Tal como explicas en el libro, en algún momento de nuestro remoto pasado evolutivo, aparece lo que llamas relato primordial. ¿Qué es exactamente este relato primordial? 

El relato primordial es una herramienta mental que tenemos los humanos desde que somos humanos y que utilizamos para explicar lo que pasa a nuestro alrededor. Básicamente consiste en identificar a personas, animales o cosas a las que les pasa algo por causa de personas, animales o cosas. Es lo que nos permite explicarnos lo que nos rodea por medio de una relación causal. A partir del relato primordial producimos conocimiento del mundo, que podemos definir como una acumulación de relatos primordiales que se articulan y relacionan hasta conformar buena parte de lo que entendemos por conocimiento que, de este modo, resulta ser estrictamente narrativo. 

Resulta difícil imaginar el mundo al margen de la narración. ¿Cómo hay que entenderlo? 

Si no pensáramos de forma narrativa, el mundo nos parecería que está determinado: todo pasaría porque tiene que pasar de esta manera, así que nosotros sólo participaríamos de lo que está pasando. No habría explicación. No habría causalidad. Podríamos pensar en una protocausalidad que nos permitiera entender que si le clavas a alguien un golpe de estaca lo puedes matar, pero no aparecería la pregunta de por qué sucede esto. Sería un mundo instrumental. Nos permitiría conseguir algo mediante una herramienta y unas acciones, pero no sería explicativo. 

¿Es así como es el mundo de los chimpancés?

El relato primordial, que a nosotros nos parece tan natural, aparece en algún momento de nuestro pasado, pero podría no haber aparecido. Esta herramienta mental no parece que la tengan, en efecto, ni los chimpancés ni los orangutanes. Pero hay que pensar que el relato primordial es muy anterior a la aparición del lenguaje. Al parecer, tal y como evolucionó el ser humano, nuestro lenguaje apareció con los humanos modernos, mientras que la forma explicativa y causal es ya parte del bagaje mental de los homínidos anteriores. Esta pulsión explicativa la podemos suponer en estos homínidos prelingüísticos. La mente no lingüística también puede identificar a personas, animales o cosas y establecer relaciones entre ellas. Estas ideas aparecían ligadas en su mente ya en forma de relato. 

Si a una mente narrativa le sumas el lenguaje, ya lo tienes todo. Podríamos decir que la literatura aparece casi por imperativo genético. 

En todo caso, es imposible saber cómo apareció el lenguaje y cuál es la causa de su aparición, porque resulta muy difícil hacer modelos de las ventajas adaptativas que supuso. Por el motivo que sea, hay una ventaja que resulta más adaptativa, y hace que los individuos que lo tienen se reproduzcan y sobrevivan con más éxito. En todo caso, es obvio que el lenguaje facilitó fijar el conocimiento y permitió compartirlo socialmente. Pero el carácter narrativo del conocimiento no cambió por el lenguaje. De hecho, en su origen la ciencia era narrativa, aunque lo es cada vez menos. Pero nuestro conocimiento no ha cambiado. Es cierto que hay lo que llamamos conocimiento operacional, como conducir un coche: sabes que si pones la primera y sueltas el embrague el coche se pone en marcha. Pero, en todo caso, nuestra comprensión del mundo pasa por la narración. 

Esto quiere decir que resulta imposible no pensar de forma emocional.

En biología, cuando la gente pregunta sobre lo que es innato y lo que es aprendido... Hace tiempo oí una respuesta a esta pregunta que me parece oportuno recordar. "Sí", dijo el interpelado, "podemos afirmar que es 100% innato y aprendido". Porque ambos procesos están imbricados, no pueden separarse, la genética siempre se modifica por el entorno y la experiencia. Pues es lo mismo que ocurre con la emocionalidad y la racionalidad: pensamos con emociones y sentimos con racionalidad. Podemos intensificar o contener más la una o la otra. Por ejemplo, podemos sentir terror de un fantasma que no existe, lo que implica una dosis de racionalidad, porque es el pensamiento el que crea el fantasma y es de este producto del pensamiento racional que tenemos miedo. Emoción y razón van cogidas de la mano. Después de todo, nuestro cerebro es un fósil viviente en el que se han incorporado sistemas que trabajan al mismo tiempo, que se superponen e interaccionan. 

Buena parte del teatro posdramático rechaza explícitamente la narratividad. ¿Se puede decir que nuestra dependencia explicativa del relato primordial niega toda posibilidad a excluir la narración del escenario? 

Puedes destruir un patrón narrativo en uso y buscar otro, pero las herramientas mentales de que disponemos son éstas. No tenemos otras. Hagas lo que hagas en el escenario, el público necesita comprenderlo, explicárselo y, al final del camino, habrá construido un relato de lo que ha visto, cualquiera que sea la forma primera. Seríamos capaces de superar esto si pensáramos de manera cuántica, en que la causalidad y la temporalidad propias de nuestra manera de conocer están destruidas. Los fenómenos cuánticos son imposibles de entender porque no estamos hechos para entenderlos. En fin, supongo que imaginar una dramaturgia cuántica podría ser interesante. 

Relacionado con nuestra concepción narrativa del mundo dedicas una parte importante de tu libro a las fake news, un tema muy actual. 

Es un fenómeno contemporáneo, pero lo que en castellano se llama bulo, y que va más allá del rumor o de la simple mentira, ha existido siempre. El problema es que ahora las fake news se aprovechan de las nuevas tecnologías actuales. Y esto es un cambio de paradigma. Somos corporales, nos comunicamos corporalmente, gestos, miradas... son justamente la base del teatro. Cuando separamos el cuerpo –y con el teléfono esto ya era así– descorporalizas la comunicación. La emisión y la recepción son incompletas porque hay una ocultación. Sin cuerpo te conviertes en otra persona. Puedes insultar, hacer lo que quieras... como si no fueras tú. De la descorporalización nacen estas falsedades sofisticadas, beligerantes y dirigidas a dañar la reputación de alguien. 

¿Por qué son tan eficaces? 

Porque excitan dos emociones muy potentes: el miedo y la ira. Ambas juntas reducen nuestra capacidad crítica. Nos tomamos lo que nos dicen como verosímil. Y si tienen nuestros mismos sesgos ideológicos es aún peor. Eliminas todos los filtros porque es un relato eficaz, nos da una narración sencilla y contundente sobre algo que nos preocupa. Esto es una fuente de falsedades brutal. Las fake news se transmiten más rápido, duran más y llegan a mucha más gente que una información ponderada. 

Relacionado con las fake news está el fenómeno de las burbujas narrativas, a las que dedicas también un apartado extenso. Pones ejemplos de sectas religiosas o de colectivos ideológicamente extremistas como los supremacistas. 

Las burbujas narrativas son un sistema de relatos sobre algún fenómeno de interés. Es una visión totalitaria, acrítica. Aquéllos que asumen esta visión lo hacen de manera muy militante, descartando cualquier dato que vaya en contra de esta visión. De alguna manera sólo tienes la antena puesta para captar lo que está de acuerdo con tu burbuja de forma militante y acrítica. 

¿Hay alguna manera de sustraerse a estas burbujas narrativas? ¿Crees que están más expuestos los jóvenes ahora que antes?

Lo peor es que el sistema dentro del cual vivimos permite compartimentos estancos narrativos. Mucho más que en los años 80. Puedes informarte sólo de un par de fuentes y nada más. La disposición a recibir y procesar información procedente de diferentes fuentes, fácilmente contradictorias, ante las que deberás posicionarte y tomar partido, es un requerimiento para tener la mente abierta y el espíritu crítico. Los jóvenes están igual de preparados que los jóvenes de antes, pero el sistema hace que sea más fácil quedar encapsulado dentro de una burbuja narrativa. 

La conclusión que deberíamos extraer de forma urgente es que hay que estimular el pensamiento crítico. 

Es imprescindible. Y es hacia donde deberíamos dirigirnos. Hacia una sociedad de mente abierta y crítica... Me gustaría leerte un fragmento de un texto de Cass Sunstein que cito en mi libro... 

(En este punto Òscar Vilarroya coge su libro y lee un fragmento con el que concluye la entrevista.) 

"Una sociedad con libertad de expresión que funcione adecuadamente debería cumplir dos claros requisitos. En primer lugar, las personas deberían estar expuestas a información que no hubieran elegido de antemano. Los intercambios espontáneos e imprevistos son fundamentales para la democracia misma. [...] En segundo lugar, la mayoría de los ciudadanos debería compartir una serie de experiencias comunes. Sin ellas, una sociedad tendrá muchas dificultades para abordar sus retos sociales. La gente puede incluso encontrar difícil entenderse entre sí. Las experiencias compartidas [...] proporcionan una forma de pegamento social. La disminución drástica de estas experiencias creará muchos problemas, en parte debido al aumento de la fragmentación social.
Cass Sunstein, Republic.com 2.0
ir al artículo sobre el libro SOMOS LO QUE NOS CONTAMOS, de Óscar Vilarroya
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