el tema o el principio de coherencia 4 (ver todos los artículos de la serie)

Peter Brueghel el Vell. La Torre de Babel. Kunsthistorisches Museum de Viena

La construcción de la idea del mundo (desde los medios de comunicación) por Pablo Ley


Tenemos tendencia a explicar la historia yendo de menos a más, lo que nos permite relajarnos con la falsa sensación de la existencia de una idea de progreso, un horizonte de crecimiento que nos acerca a unos objetivos específicos que siempre superan lo ahora tenemos. Todo comienza con el hombre en estado natural, atraviesa el largo pasillo de la historia y, pasando por el presente, culmina en un futuro en el que, justamente, quedaremos liberados de la naturaleza y nos igualaremos a Dios. Que esto no es cierto lo ponen en evidencia los procesos de desmontaje o quiebra de numerosas civilizaciones que nos han precedido. La misma Torre de Babel que aparece en la Biblia y que Pieter Brueghel pintó de forma maravillosamente detallada en 1563 (en un cuadro que ahora se conserva en el Kunsthistorisches Museum de Viena (1)) sería el símbolo de uno de estos momentos paradigmáticos. La Puerta de Dios (que es lo que quiere decir Babel) viene a significar esta aspiración a un más allá, sea cual sea el significado que le queramos dar.


A los que nos dedicamos a la historia de la literatura dramática nos son familiares dos grandes derrotas de civilizaciones superiores. Una, que dará paso a la Cultura Helénica, es conocida como Edad Oscura, que va desde el colapso de la Civilización Micénica –un colapso que la historiografía actual todavía no ha terminado de explicar satisfactoriamente y que afecta a todas las civilizaciones de Oriente Medio y el Mediterráneo (2) hasta la progresiva recuperación de la Grecia Arcaica en el siglo VIII a. C., siglo en que Homero escribirá la Iliada y la Odisea, que son la base de toda la literatura posterior en  Grecia, Roma y, en general, en Europa. En el momento de máximo esplendor de este renacimiento helénico se produce, precisamente, la eclosión del teatro con la creación de las grandes tragedias de Esquilo, Sófocles y Eurípides.


La otra gran derrota de una civilización superior, que se produce con la Caída del Imperio Romano de Occidente, es la así llamada Edad Media (un nombre que dice claramente que, para los que la bautizaron de esta manera, esta época ni siquiera tenía entidad propia). La Edad Media dará paso al Renacimiento que se produce, en primer lugar, en Italia. A los ojos del la cristianísima Italia Renacentista, los grandes restos del Coliseo de Roma debían ser una evidencia bastante clara del hundimiento de un mundo que tentó, hasta agotarla, la paciencia de Dios. El Renacimiento, primero en Italia, después en toda Europa, recuperará las artes y la cultura grecolatinas pero manteniendo los avances intelectuales hechos a lo largo de este tiempo intermedio. También harán eclosión en este periodo las diferentes formas de teatro europeo, cada una con un sello característico según se haya desarrollado en Italia, España, Inglaterra o, poco después, en Francia.


En todo caso, lo que nos importa es que los grandes imperios son, en definitiva, la sobreconstrucción de una idea que se hace material a través de edificios, plazas, monumentos, murallas, carreteras, acueductos, cultivos y todas las otras materializaciones de la cultura... pero no hay que olvidar que, por una u otra razón, en cualquier momento y por las causas más insospechadas el engranaje del sistema puede, sencillamente, quebrar. Las ruinas del pasado son los restos de una idea, de una concepción del mundo y de cómo esta concepción se materializó.


Los medios de comunicación sociales


Esta idea sobreconstruida que se hace civilización materializándose en objetos portadoras de los valores totales de una sociedad determinada es lo que en los anteriores artículos de esta serie dedicada al tema o el principio de coherencia he llamado significado global.


Partimos siempre del hombre natural y de su entorno tribal, y es a partir de las reestructuraciones sucesivas de este entorno y de la ampliación sintagmática del espacio natural como iremos descubriendo: a) una cada vez mayor complejidad de la espacio natural que se articula de forma jerarquizada, b) una fragmentación y diversificación de la realidad social derivada de la división del trabajo y, al mismo tiempo, c) un desarrollo de las diversas formas de cultura articuladas en forma de sistema de medios de comunicación social que es, en principio, muy simple pero que, poco a poco, se hace más y más complejo hasta llegar al sistema conformado por los medios de comunicación de masas actuales.


Insisto en el concepto de medio de comunicación social porque el uso que le damos en primer término en la actualidad es el de medio de comunicación de masas. Pero, con un sentido más elemental, un medio de comunicación social sería cualquier elemento que, al margen incluso de una posible funcionalidad utilitaria, realiza un proceso de comunicación de valor social (por ejemplo, una jarra de vino puede ser el soporte de una escena mítica). Podemos, sí, diferenciar entre medios de comunicación interpersonales –como una carta o un ramo de flores que alguien envía otro– y los medios de comunicación sociales –como la jarra con la escena mítica o una obra de teatro que representa el mito mismo–. Lo importante es que un medio de comunicación social tiene como receptor no a un individuo específico, sino a un colectivo formado por un conjunto indeterminado de individuos que pertenecen –y  es así como lo sienten– a una determinada comunidad. Como en el caso de la jarra de vino, no es necesario ni siquiera que este conjunto indeterminado de individuos sea muy numeroso, pero sí que se sienta formando parte de una comunidad, y son justamente los valores de esta comunidad el contenido del mensaje. No es preciso decir que los objetos que nos interesan a nosotros son aquellos que son portadores de un mensaje de valor social.


Con todo, y si consideramos que los medios de comunicación social tienen su origen en las capacidades expresivas del individuo en el seno del grupo y que, consecuentemente, tienen su punto de arranque en la emisión de los mensajes más simples que es capaz de emitir el ser humano, será necesario interrogarse sobre cómo se ha producido la evolución y progresiva especialización hasta alcanzar la complejidad de los medios de comunicación sociales actuales. En todo caso es obvio que la complejidad de los medios de comunicación sociales es inevitablemente simétrica a la complejidad de la sociedad que tratan de reflejar.

Un primer corolario de esta simetría es que el desarrollo y estructura de los medios de comunicación sociales delata la complejidad de la sociedad en cada momento.

   En todo caso, resulta fascinante la forma en que, en la Grecia clásica, en el contexto de las Grandes Dionisíacas, acompañado de todo un gran ceremonial público en honor de Dionisos, reuniendo alrededor de la orquesta –que es el espacio donde canta y baila el coro– a los más altos representantes de las instituciones políticas y religiosas de la polis de Atenas, con la presencia de representantes de todas las polis aliadas y de toda la comunidad de ciudadanos, el teatro se sitúa en el centro mismo de los valores del pensamiento ateniense.

   El teatro consigue ser representativo de las máximas aspiraciones políticas e intelectuales de la polis de Atenas y, en este sentido, estudiar las tragedias de Esquilo, Sófocles y Eurípides siguiendo los avatares de la historia de Atenas en los 75 años que van desde el final de las Guerras Médicas –479 a. C.– y el final de la Guerra del Peloponeso –404 a. C.– nos permite entender la completa evolución histórica, política, económica, social, filosófica, estética... de la Atenas del siglo V a. C.

   Atenas es, sin embargo, una sociedad relativamente sencilla. Una polis relativamente pequeña que se sitúa en el centro de un imperio poco cohesionado y mal estructurado –conformado por las polis reunidas en la Liga de Delos– que es la causa de su grandeza pero también de su fin: la revuelta de las ciudades sometidas al poder (y la prepotencia) de Atenas es lo que desencadena la Guerra del Peloponeso. Después de este periodo, el teatro no volverá a tener nunca más la preeminencia que tuvo en Atenas. Nunca más volverá a ser el centro del mundo.

   La Atenas posterior a la Guerra del Peloponeso será mucho más simple –porque ya no será el centro de un imperio– y la situación que la rodeará será mucho más compleja –porque, poco a poco, se verá arrastrada hacia un mundo de gran confusión como es el del Mediterráneo durante el periodo helenístico, que vas desde Alejandro Magno hasta la eclosión de Roma–. La prestigiosa Atenas helenística será el centro filosófico del mundo antiguo, pero el teatro no recuperará nunca más la importancia que tuvo en el siglo V a. C. y se limitará a ser, en el mejor de los casos, una forma elegante y culta de entretenimiento.

   Por su parte, Roma será una sociedad mucho más compleja, la ciudad será inmensa, y sus primeros ciudadanos se dispersarán, con la voluntad de dominarlo, por un territorio cada vez mayor. El teatro –que necesita la concentración humana que ya no caracteriza a Roma– será despreciado por los intelectuales como Horacio, que lo considerarán un entretenimiento grosero de la plebe –pan y circo–.

Plauto y Terencio responden a esta realidad. Séneca, en cambio, no escribió para ser representado propiamente en un teatro, sino para ser escuchado en forma de lectura y destinado a un público que no tiene nada que ver con esta masa inculta que acudía a los teatros.

   La Edad Media estará conformada por sociedades mucho más simples, y el teatro vuelve a las formas más elementales –juglares, acróbatas, bufones...– o se refugia en los grandes ceremoniales religiosos –que son auténticos acontecimientos parateatrales–. De estas dos fuentes también se alimentará el teatro renacentista.

   El Renacimiento devolverá la importancia a las ciudades y, con las ciudades, renacerá el teatro como necesidad social, lugar de encuentro, de entretenimiento y, también, de formación cultural y de debate político y filosófico. Lo hace por toda Europa y alcanzará una importancia sorprendente. Pero ni siquiera Shakespeare, con toda su capacidad de reinventarse el hombre (como dice Harold Bloom (3)), alcanzará los grandes valores sociales que representaron los grandes trágicos griegos.

   Junto al teatro, por encima del teatro, a lo largo de los siglos que van desde la Atenas clásica hasta el presente, la multiplicidad de medios de comunicación sociales –todos los medios que son transmisores de lo que llamamos cultura– han ido ocupando cada uno de ellos sus puestos para definir y delimitar adecuadamente el mundo en que vivimos. Dentro del sistema global, el teatro se desplaza a lugares más o menos relevantes desde el punto de vista social: puede representar a facciones sociales ínfimas –los cafés cantantes del Parel·lel, por ejemplo– o a la élite política o económica del país –el Liceo en las Ramblas de Barcelona–.

   Hacer un análisis de nuestra sociedad desde el sistema de medios de comunicación social y del lugar que entre ellos ocupa hoy el teatro nos daría una radiografía muy clara de lo que somos. Como la Atenas clásica, no se trata tan sólo de analizar el teatro que hacemos –¿qué dice, como lo dice–, sino que se trata también de analizar: a) el ceremonial que se despliega a su alrededor, b) los representantes de la gran sociedad que es capaz de convocar, c) el interés que despierta en otras comunidades culturales y teatrales, d) los representantes que estas otras comunidades envían para ser testigos de la relevancia y de los avances de nuestra cultura y de nuestro teatro y e) la capacidad que tiene de reunir a la comunidad de los ciudadanos al completo.

   En el caso de nuestro teatro, desde las grandes luchas político-culturales del primer Teatro Independiente de los años 60 y 70 hasta el domesticado teatro actual quizás podremos constatar una pérdida neta del peso social que el teatro tiene en nuestra sociedad.

El proceso de especialización de los medios de comunicación social


Pero para entender cómo se produce el proceso de especialización de los medios de comunicación sociales y cómo evolucionan las posiciones de cada uno de ellos en el sistema global, lo que tenemos que entender, primero y ante todo, es que los mensajes que emiten son, como cualquier mensaje, descomponibles en significante y en significado. La especialización de los medios de comunicación social y los mensajes sociales que emiten tiene necesariamente una doble vertiente: por un lado, una especialización progresiva en relación al significante; por la otra, una especialización progresiva en relación al significado.



  •  En relación al significante

 


En este sentido, si pretendemos sistematizar el proceso de especialización histórica de los medios de comunicación social como significantes, tendremos como resultado la clasificación clásica de los medios caracterizados por sus soportes materiales. En cuanto a las artes, por ejemplo, tendremos una clasificación que destacará, por ejemplo, la arquitectura, la escultura, la pintura, la poesía, la literatura, el teatro, la música... y tantas otras artes como queramos añadir y, aún más importante, en el orden (4) que las queramos poner siempre que tengan una clara autonomía como formas significantes sobre una base material determinada. En este sentido, seguir el curso de cómo las artes, a lo largo de los siglos, se van separando progresivamente para convertirse en nuevas formas de arte es relativamente sencillo.


En general, la modificación de los medios de comunicación social se produce, con respecto al significante, en todo lo que afecta a su soporte material, sea en los aspectos técnicos o sea en lo que respecta a los aspectos organizativos, aunque también hay que prestar atención a todos los aspectos no directamente significativos del código, como pueden ser, por ejemplo, los estilos de época.

Esto es claramente visible en el surgimiento del teatro griego. He abordado esta circunstancia en un artículo dedicado al progresivo desdoblamiento de los actores desde los orígenes corales, y siguiendo las modificaciones que introduce, en primer lugar, Tespis y, a continuación, introducen Esquilo, Sófocles y Eurípides, con el incremento hasta tres del número de actores (5). Es evidente que significante y significado se ven considerablemente modificados por las sucesivas ampliaciones del número de actores y, en la medida en que cada actor puede interpretar más de un personaje, por la multiplicación de los personajes.

   Pero las Grandes Dionisíacas comportaban, además, una complejísima organización que, en primer lugar, preveía la selección de las obras, luego la producción en parte sostenida por el Estado, en parte pagada por algún ciudadano rico que se encargaba de los gastos (khorêgós). Había, además, una presión sobre los ciudadanos para que asistieran a las representaciones, que eran únicas, en la medida que el estado cubría el precio de las entradas. Y, una vez presentadas las tragedias, se premiaban las que se consideraban mejores.

   Había, por tanto, un control claro a lo largo de todo el proceso de emisión-recepción que incrementaba tanto el valor social del significante (por ejemplo, la gran estima en que se tenía a los actores, que podían incluso integrar ciudadanos de

las clases más altas –al contrario que en Roma donde, a pesar de su prestigio e incluso su riqueza, los actores eran considerados de categoría social ínfima–) como del significado (la Poética de Aristóteles hace patente el gran debate social que se producía alrededor de las tragedias mejor consideradas, lo que evidencia que el público estaba en gran parte formado por lo que hoy llamaríamos conaisseurs).

   En el caso del teatro, el espacio forma inevitablemente parte del significante. Y lo que es más interesante es que el espacio teatral sufre una remodelación importante desde los tiempos de Esquilo –tiempo en que ni es seguro que la forma de la orquesta fuera redonda– y que permitía –según parece– un aforo no superior a 8.000 espectadores. En la remodelación final del teatro de Dionisos de Atenas se añadieron una serie de máquinas escénicas entre las que el famoso Deus ex macchina –en griego  “ἀπὸ μηχανῆς θεóς” apò mēchanḗs theós– que tanto modificó los finales de las tragedias, en especial, de Eurípides –que a veces tenía que forzar de forma inverosímil la situación con el fin de poder utilizar la nueva máquina–. (6)

   En cualquier caso, resulta bastante evidente que toda creación escénica llega a los escenarios siempre profundamente condicionada por muchas más cosas –que afectan simultáneamente al significante y al significado– que la simple "inspiración" del creador.


  •  En relación al significado

 


Si, en cambio, pretendemos sistematizar el proceso de especialización histórica de los medios de comunicación en tanto que significado, el resultado a que conduce puede parecer tan complejo que, en apariencia, haga prácticamente imposible una clasificación. Y más si tenemos en cuenta que el significado que es propio de los diferentes medios de comunicación sociales puede ser paralelo, complementario u opuesto y esto, incluso, dentro de un mismo medio de comunicación social.


Por otro lado, la tendencia a interpretar todos los medios de comunicación sociales como portadores de mensajes casi equivalentes o escasamente contradictorios (como contenidos socio-ideológicos de una época o de su superestructura) ofrece una imagen falsa de la realidad.


Limitémonos, por el momento sólo de forma hipotética, a aceptar que seguramente es posible esta segunda clasificación de los medios en función de los significados y que seguramente es posible seguir el curso histórico de sus modificaciones (7). Que esto es así nos lo demuestra, además, la experiencia cotidiana, ya que al acceder como receptores a un medio de comunicación social determinado sabemos de antemano lo que buscamos en él y que, por tanto, no encontraremos en otros . Por la experiencia tenemos, en definitiva, una evidencia clara de que los medios de comunicación social conforman un sistema que actúa interrelacionadamente.



  •  Un sistema interrelacionado


 

Todos los medios de comunicación conforman, en efecto, un sistema interrelacionado cuyo objetivo conjunto es el de ofrecer una visión funcional y, por tanto, actual del mundo el significado global en el que se desarrolla una sociedad concreta en un momento histórico determinado (lo que implica, a la vez, intentar predecir su futuro a corto, medio y largo plazo).


Dentro de este sistema, cada medio de comunicación social expresará aquella parte del significado global que es capaz, con el recurso de todo el aparato significante, de expresar. Los diferentes medios de comunicación social pueden ser –o es incluso necesario que sean– redundantes (en algunos puntos más o menos amplios de confluencia donde se solapan), pero nunca exclusivamente redundantes. La razón de ser de un medio de comunicación determinado sólo puede encontrarse en el hecho mismo de su necesaria, específica e incompartida funcionalidad comunicativa.


Esta frecuente superposición significativa de los medios de comunicación social en su interrelación ofrece la imagen de un sistema no rígidamente estructurado en el que unos medios de comunicación social refuerzan, modifican o matizan a otros medios de comunicación social y en que la yuxtaposición reiterativa conforma un mensaje global dinámico, un proceso dialéctico de emisión continuada de mensajes, que ya está contenido en cada uno de los mensajes de los diferentes medios de comunicación social.


Esta circunstancia de emisión continuada de mensajes interrelacionados explica de forma suficiente el concepto de discurso fuerte que considero central a la hora de analizar el verdadero significado de cualquier mensaje. El discurso fuerte, tal como la entiendo, es la intención socio-ideológica con la que el autor (o autores) cargan el mensaje que emiten en contraposición a la idea predominante de la sociedad que se desprende del conjunto de mensajes que la caracterizan. Todo mensaje nace para reforzar a contradecir de forma total o parcial los mensajes anteriores. No es que el contexto actúe sobre el mensaje, sino que es el mensaje el que quiere actuar sobre el contexto y trata de modificarlo.


Abordaré en el próximo artículo una reflexión sobre cómo los medios de comunicación social se convierten emisores de significados homogéneos, homogeneidad que se deriva de la necesaria voluntad comunicativa que es siempre previa a la misma emisión, que se instala en la inercia comunicativa que caracteriza todos los medios de comunicación sociales, y que se estructura en torno a unas expectativas de recepción razonables. Y reflexionaré también en torno a la razón que hace que, contradiciendo la lógica propia de los medios de comunicación social, el arte se manifieste hoy, pero también a lo largo de la historia, como la afirmación de una voluntad comunicativa opuesta, justamente, a la inercia comunicativa.


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