Fotografia: Emilio Morenatti

El rey del Gurugú

un text de Ferran Joanmiquel Pla


Hi ha moltes maneres d'explicar el món i, la que proposa Ferran Joanmiquel Pla a El rey del Gurugú, és la de fer-ho a través dels ulls d'un gos. Però no ho fa perquè el seu sigui només un punt de vista diferent, que ho és –és clar–. Ho fa perquè és l'únic punt de vista que queda, l'únic possible en un paisatge humà que va passant, com un riu indeturable de persones sense nom, que mai no deixen rastre, ni memòria.


El Gurugú, ho explica el mateix autor en la primera pàgina, "és una muntanya rifenya des de la qual s'albira la ciutat de Melilla. Muntanya en què habiten els immigrants subsaharians que intenten saltar la..., entrar a..., arribar a... Muntanya en què nien l'esperança i la desesperació a parts iguals."


Marley, el gos, explica la pròpia història i, al mateix temps, ens pinta una imatge panoràmica de la vida entre aquells que, provinents de Mali, el Senegal, la Costa d'Ivori, el Camerun... intenten arribar a Europa. Són les peripècies doloroses dels desposseïts de la terra. Una història que, malgrat la desesperació, està carregada d'esperances.


En realitat, el que proposa Ferran Joanmiquel Pla és una forma de teatre documental. Una mirada crítica contra aquesta Europa que insisteix en apartar la mirada respecte al repartiment desigual de la riquesa.


Pablo Ley

* * *

Us deixem amb un fragment del text (que podeu descarregar sencer si cliqueu sobre el botó taronja al final de la pàgina):

-Los mejanis-


Cuando llegué aquí y vi las barracas, cuatro ramas con un plástico encima, pensé: Dios mío… ¿Para qué querrán estos tipos un perro? ¿Pero qué coño estoy haciendo yo aquí? No entendía nada. Hasta que un día, al amanecer, olí sombras verdes entre los árboles. Algo iba mal. Las sombras se acercaban sigilosamente al campamento. Los malienses, los senegaleses, los marfileños, Abdul: todos dormían. El Pequeño Bamako era una presa fácil. Y yo olía palos. Olía muerte.


(MARLEY ladra con ganas.)


¡Despertaos, joder! ¡Arriba, arriba, algo está pasando! Abdul se levantó temblando. El campamento se estremeció. Se oyeron gritos de alerta. ¡Los mejanis, los mejanis! Todos se apresuraron a coger las bolsas de plástico colgadas de las ramas. La nada que tenían que conservar fuera como fuese. ¡Los mejanis, los mejanis! La policía marroquí. Los demonios. Todos echaron a correr monte arriba. Abdul era una bala. Entonces, del bosque vi salir un enjambre de sombras verdes. ¡Los mejanis, los mejanis! Las sombras verdes arrollaron el campamento con sus palos y sus porras. ¡Marley, ven! ¡Marley, aquí!, gritaba Abdul desde más arriba. Pero yo no le escuchaba. No podía. Me planté en el suelo y me volví loco de rabia…


(MARLEY ladra frenéticamente y enseña los comillos.)


¡Malditos mejanis! ¡Os conozco bien! ¡Cuántas veces me habéis dado con vuestras botazas de mierda! ¡Venid aquí, cabrones! ¡Os arrancaré los huevos a mordiscos!


Pillaron a los rezagados y los molieron a palos. Los pobres se tiraban al suelo y se cubrían la cabeza con las manos. Pero los cabrones les daban muy fuerte. Los mejanis arrasaron con todo. Hicieron un montón con todo lo que encontraron: bolsas, mantas y demás, y lo quemaron todo. Pero conmigo no se metieron. No se atrevieron. Debieron verme muy fiero. Y sí, la verdad es que estaba muy pero que muy cabreado. Ese era entonces mi hogar y no pensaba moverme de ahí. El mundo del Pequeño Bamako ardía ante mis ojos de perro pero ni siquiera las llamas me daban miedo…


Luego, los mejanis se fueron. Se oían los gemidos de los que estaban tirados en el suelo. A un marfileño le habían dado con una piedra en las rodillas. ¡A ver si así puedes saltar la valla, hijo de puta! le dijeron. Todos en el Gurugú tienen algún recuerdo de los mejanis en el cuerpo. Y, si no, cortes de las cuchillas de la valla. Vosotros también tendréis vuestras cicatrices, novatos, podéis estar seguros.


(l'escena continua...)


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