-El consejo-
(El Clérigo preside la reunión de hombres frente a las casas. Las mujeres asoman por el vacío de las ventanas. Son sombras que tiritan al oír las voces de sus protectores.)
El clérigo.— ¿Has corregido a tus hijas? ¿Siguen hablando con ella?
Hombres que miran desde el cielo.— Las cerré en la cocina.
El clérigo.— ¿Recibieron golpes?
Hombres que miran desde el cielo.— Y siguieron todas mis órdenes después.
El clérigo.— Eso no es un castigo. Tú, ¿cerraste la boca de tu mujer?
Hombres que miran desde el cielo.— Le cerré los ojos con mis puños.
El clérigo.— ¿Volverá hablar con la impura?
Hombres que miran desde el cielo.— De hacerlo reuniría piedras en la entrada de mi propia casa.
El clérigo.— Que entiendan con las manos lo que no entienden con palabras. ¡Que nadie se quiebre! ¡Que nadie ayude a la hija del león!
(Unos pasos firmes bajan por la ladera la montaña.)
Hombres que miran desde el cielo.— ¡Se acerca!
El clérigo.— Son las rocas resquebrajándose.
Hombres que miran desde el cielo.— Es el león.
El clérigo.— ¡Supersticiones!
Hombres que miran desde el cielo.— El león está entrando en los sueños.
El clérigo.— Soltad las creencias profanas.
Hombres que miran desde el cielo.— En las mujeres también entra para darles esperanzas.
El clérigo.— ¿De qué mujeres?
Hombres que miran desde el cielo.— De las nuestras.
El clérigo.— Entonces, ¡más fuerte con el puño!
Hombres que miran desde el cielo.— Que son iguales que los hombres, les dice. Que luchen. Que vayan solas por la aldea.
El clérigo.— ¡Fuerte con el puño en la cabeza!
(Un trueno, un rugido.)