El bosque y tú

por Natalia Barraza


“Traces” de la cía. Última Vez de Win Vandekeybus. Mercat de les Flors – Abril 2021


En la sala Mac del Mercat de les Flors el público busca su butaca mientras un intérprete en el escenario se encuentra en silencio pintando el suelo con unas líneas blancas. A medida que avanza se revela el dibujo de una carretera que atraviesa de lado a lado el espacio y un bosque en enormes telones de fondo se intuye en segundo plano.


Un potente grito irrumpe la escena. Palos al aire. La brutalidad danzada y un cuerpo que deja un rastro de sangre nos meten de golpe en la fábula. Se activa entonces ese juego donde los códigos son ya los propios del universo de la obra.


Los espectáculos la compañía Última Vez del ecléctico director belga Win Vandenkeybus están siempre cargados de un potencial teatral y cinematográfico. El tipo de fisicidad que dominan sus intérpretes llevan al máximo de la destreza física la evidente investigación renovadora que le caracteriza. Gracias a las historias que construye, desarrolla un fuerte componente dramatúrgico que, en este caso, hila las escenas con cierta obviedad. Traces, además, se convierte en una fábula ecologista o cuento de hadas donde aparecen la fantasía, los fantasmas entre la bruma, animales y seres insólitos que conducen el juego, entre naïf y perverso, en una atmósfera de misterio latente en la que los diez bailarines combinan la calidad técnica con un genial trabajo interpretativo.


Esta pieza está inspirada en los Montes Cárpatos de Rumania, quizás el único y último pulmón salvaje de Europa, y las fotografías que Josef Koudelka hizo en 1960 a varios grupos de gitanos. No es la primera vez que Vandenkeybus utiliza la relación entre el humano y la naturaleza como materia prima de inspiración.


Traces es un no lugar donde predomina el juego, la histeria, la competencia y las relaciones de poder, pero también la complicidad, el amor y la ternura. En él hay algo de ritual y de catarsis. Es como un jardín de las delicias contemporáneo donde el paisaje no cambia pero sí la manera de habitarlo en un constante surrealismo visual que en algún momento se vuelve asfixiante.


Es a través de los bailarines / personajes como vamos construyendo el relato mediante la aparición de lo que parecen ser dos o tres bandos que habitan este bosque referido. Tenemos a unos seres que parecen vivir ya mimetizados con lo salvaje, otros que llegan por accidente a través de este reducto al que los conduce la carretera y por último a los animales ficcionados por el propio coro de intérpretes, a veces con unas pieles y mecanismos que integran a su cuerpo para dar una dimensión similar a la de un oso real, y otras sólo con sus gestos y movimientos como un ballet polifónico de ciervos de cuernos blancos.


Aparecen un oso salvaje, uno domesticado y otro que siempre duerme, así como uno pequeño de peluche que se vuelve objeto de deseo, premio y castigo a la vez. Estas dimensiones del oso como símbolo nos remiten a las connotaciones que cada uno encarna.

Hay en el grupo un personaje paradigmático que representa la dueña del bosque, agitadora o bruja, la cual utiliza sus manos para influir en sus animales. Manifiesta cierta supremacía que la vuelve a veces adorable y otras amenazante. Recae en ella un simbolismo cargado de poderes tanto de sumisión como de nutrición. Un hada tan terrible como hermosa.


Hay en la calidad de su danza un excelente dinamismo que en un heterogéneo equipo en escena se equilibra gracias a los personajes muy bien perfilados y complementarios. Cada intérprete tiene un momento de solo donde reconocemos sus características y potencialidades y por ende el tipo de relaciones que entretejen entre ellos. Parece una danza de la resistencia, donde seres amorfos se contorsionan con manipulaciones y expansiones del cuerpo, donde el cuerpo se desliza y es más elástico de lo imaginable. Juegan con la ironía, con momentos de pletórica alegría histriónica, en un Nuncajamás donde los Peter Pan son todas y todos, en el que la travesura es parte de la negociación y sentido de los mismos. Nos contagian de su delirio a través de la risa o el cansancio de sus batallas e invocaciones.


La música, compuesta entre otros por Trixi Whitley, tiene un elevado protagonismo y por momentos parece que sea interpretada en directo, sumando a la escena un ritmo estridente y por momentos oscuro. Ésta no hace ninguna referencia a la cultura gitana sino más bien se convierte en una banda sonora demasiado reiterativa.


La escenografía compuesta principalmente por la carretera y los bosques pintados se combina con otros elementos fácilmente reconocibles como bolsas del súper, cubos, neumáticos, somieres, sábanas y mantas… todo un séquito de atrezzo que se va acumulando o cambiando y un conteiner de madera que está durante casi toda la obra y que cumple la función de puente, puerta, casa, caja mágica de apariciones y desapariciones de personajes, vestuarios y cosas varias.


Una vez todos los límites del imaginario han sido expandidos en este universo, la profundidad del bosque se manifiesta desde lo que está fuera de campo, la extra escena es un misterio, insondable y peligroso, o tal vez lo peligroso está ante nuestros ojos y salir de allí sea el alivio inalcanzable.


En una tercera y última parte, a mi parecer demasiado extensa ( la obra dura 110 minutos) la carretera cambia de sentido y se conecta entre el fondo del bosque y el proscenio abriendo una perspectiva en la que el público forma parte de uno de los extremos de ida o de vuelta. El mundo real entra entonces a lo que sería el epílogo en el que las fuerzas opuestas de los bandos acaban en una confrontación a la que el propio bosque les supera, recordándonos que todos nuestros conflictos se reducen a nada bajo la fuerza de la naturaleza y a la que debemos atender con urgencia.


La ira entre bandos será lo que acaba con ellos, la intrusión del humano en este bosque, se confronta al oso como símbolo de protección. Caen los telones, queda sólo un árbol de pie y la moraleja, un poco obvia a estas alturas, nos recuerda que la domesticación de lo salvaje resulta una amenaza para la diversidad y la autenticidad.


Se trata de una gran producción, que ha podido paliar los efectos de la situación actual en la cultura y que por suerte ha llegado para representarse en Barcelona. Es de agradecer que el Mercat de les Flors continúe trayendo a estas compañías paradigmáticas y que en tiempos como los que vivimos podamos seguir nutriéndonos de artistas-referente como éste.

fotos: Danny Willems

(per a veure les fotografies a tota pantalla cliqueu sobre les imatges)

Direcció i coreografia Wim Vandekeybus / Creació i interpretació Alexandros Anastasiadis, Borna Babić, Maureen Bator, Davide Belotti, Pieter Desmet, Maria Kolegova, Kit King, Anna Karenina Lambrechts, Magdalena Oettl, Mufutau Yusuf / Música composta i enregistrada per Trixie Whitley, Shahzad Ismaily, Ben Perowsky, Daniel Mintseris / Convidat especial a la guitarra Marc Ribot / Assistents moviment Germán Jáuregui, Iñaki Azpillaga i Flavio D’Andrea / Argument Wim Vandekeybus / Dramatúrgia Erwin Jans / Disseny vestuari Isabelle Lhoas / Assistent vestuari Isabelle De Cannière / Escenografia Wim Vandekeybus i Tom de With / Regidoria Thomas Glorieux / Disseny so Christian Schröder / Disseny llums Wim Vandekeybus i Francis Gahide / Tècnic llums en gira Francis Gahide / Disseny vestuari Jan Maillard / Pintures a escena Patrick [Bob] Vantricht. Producció Última Vez / Coproducció Europalia Romania, Concertgebouw Bruges, KVS Brussels and La Rose des Vents Villeneuve d’Ascq / Amb el suport Tax Shelter measure of the Belgian Federal Government, Casa Kafka Pictures Tax Shelter facultada por Belfius. Última Vez rep el suport de Flemish Authorities & the Flemish Community Commission of the Brussels Capital Region.



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